Ideas para una reforma electoral democrática
Se ha propuesto una reforma al sistema político por parte de un segmento de senadores de la derecha y de lo que se denomina “socialismo democrático”. Una vez más estamos ante los ya habituales “parches constitucionales” para ajustar los procesos electorales a los deseos de los que han sostenido el poder en muchas décadas en Chile, unos con dictadura y otros con la democracia “semisoberana” (palabra acuñada por el intelectual Carlos Huneeus) impuesta por esa misma dictadura.
El remendo actual apunta a satisfacer a aquellos que sostienen una visión polar de la política, convencidos que sólo los grandes bloques deben sostenerse en el poder, mediante alianzas o federaciones de partidos. Esa mirada, propia de regímenes parlamentarios que los proponentes invocan, supone que la estabilidad y eficacia de los gobiernos depende de las mayorías parlamentarias. Otras sociedades no parlamentarias también operan con este sistema “semisoberano” de dos bloques: Estados Unidos. Ninguno de los grandes partidos quiere cambiar nada sustancial, lo que en realidad es una visión de matices entre Republicanos y Demócratas. Allí han logrado el sueño de los bloques en Chile: que algún día los bloques puedan alternarse en el poder sin poner en peligro el régimen social y económico establecido. Todo indica que hacia allá quieren ir. La tácita o expresa aceptación que han hecho los políticos mayoritariamente de la actual normativa y del sistema económico y social impuesto, nos muestra que las necesidades e inquietudes de los chilenos han pasado a segundo plano y que lo que más les importa es la mantención del poder.
Tanto desde la visión de materialismo histórico como de las ideologías nacionalistas, militaristas y totalitarias de una parte mayoritaria de la derecha, la visión polar (buenos y malos) es lo que acomoda a quienes dirigen esas posturas. Eso lo vimos por primera vez en Chile con claridad cuando en 1972 se hizo una interpretación antojadiza y errónea de la ley electoral vigente para agrupar a todos los partidos de la UP en una sola lista. Eso obligó a las oposiciones (una golpista y otra democrática) a juntarse también en una federación de fines electorales. El modelo de Guzmán, Fernández, Ortúzar y compañía impuesto en 1980 también vio así las cosas, estableciendo un sistema binominal cuyas consecuencias ya hemos padecido.
Ahora se quiere reponer ese enfoque: hacer grandes bloques, eliminando a los partidos que representan a sectores menores de la sociedad política e impidiendo a grupos capaces de elegir a un diputado, mantener representación en el Congreso Nacional. ¿El argumento? Que con partidos grandes es más fácil llegar a acuerdos. Eso es falso: está probado que no es así, porque los acuerdos en Chile sólo se han logrado gracias a los altísimos quórums que se exige para ciertos temas y ellos han estado orientados más mantener que a cambiar. Maquillaje legal a veces, pero nada de fondo. Ejercicios para un lado y otro, sin avanzar en el proceso democrático.
Esta proposición de “grandes bloques” apunta a visiones hegemónicas de la política, sin entender que los acuerdos deben incluir a la mayor parte de la sociedad, aunque se trate de grupos pequeños o visiones distintas. La hegemonía de unos sobre otros ya la hemos padecido y está claro que eso nos aleja de la democracia.
La democracia exige hoy, más que nunca, poner atención a la participación. El desapego ciudadano por las instituciones, como lo hemos podido constatar en encuestas y elecciones (dos millones de votos nulos y blancos, más una enorme abstención pese a que rige el voto obligatorio) se debe justamente a esta idea de que hay grandes bloques que no representan el sentir de un enorme sector del pueblo (palabra que cada vez se elude por parte de los incumbentes políticos). Con esta propuesta lo que se quiere es oficializar esa marginación. Si un parlamentario resulta elegido en un distrito por la lista de candidatos de un partido pequeño que no alcanza a nivel nacional el porcentaje que se quiere imponer (cualquiera que sea), no podrá asumir el cargo. Es decir, ese segmento de población que lo eligió verá que sus votos se redistribuyen entre los partidos grandes con otras líneas de pensamiento, resultando electo alguien muy diferente. Eso es un fraude al pueblo.
Es verdad que si los partidos son muchos será necesario conversar con harta gente: eso es la democracia, el esfuerzo de tratar de construir acuerdos entre muchos, no entre pocos. ¿Es más difícil? Puede ser, entonces el respeto por el pueblo exigirá conversar más y más, buscar puntos de convergencia, soluciones diferentes. Lo que se quiere es eludir, con al argumento de la fragmentación. Estoy de acuerdo en que el parlamentario que se presenta de candidato con una lista o sin lista, cambia la situación de militancia, pierda el cargo. El pueblo lo eligió con la representación que tenía y no debe ser defraudado. ¿A quién pertenece el cargo? ¿Al parlamentario o al Partido? A ninguno de los dos: al pueblo que lo votó. Por lo tanto al cesar en su cargo debe hacerse una elección complementaria, con todas las consecuencias que eso puede tener.
Dicho todo lo anterior, quiero formular ideas para avanzar en una reforma al sistema vigente, orientado a mejorar la representación electoral y avanzar en el proceso democratizador. Otras ideas sobre participación las propondré en otro artículo, para no desviar el foco de la actual discusión
1.- Establecer elecciones mediante el sistema de partidos o candidaturas independientes, sin admitir agrupaciones de partidos ni federaciones. De ese modo el elector sabrá bien cuál es la opción que está eligiendo y sus votos no se desviarán para favorecer a un candidato que piense de otra manera.
2.- El partido político que no elige ningún diputado o senador pierde su personalidad jurídica y podrá reconstituirse.
3.- El congresista que cambia por decisión propia su situación militancia o independencia, debe cesar en su cargo.
4.- El número de diputados debe estar en relación con el número de habitantes del distrito: por ejemplo un diputado por cada 200.000 habitantes. Si eso significa aumento del número de parlamentarios, bienvenido sea, quiere decir que el pueblo tiene mayor espacio de representación e incidencia.
5.- Los senadores deben ser elegidos por regiones o agrupaciones de regiones, para establecer un equilibrio numérico entre ellas, todas con el mismo número, cambiando el criterio con el que se eligen los diputados. La otra alternativa, que me gusta mucho más, es que los senadores no tengan representación regional, sino que sólo nacional, mediante listas que los partidos presentan, pudiendo votarse por ellos en cualquier lugar del país.
6.- Las vacancias de congresistas deben ser provistas por el pueblo mediante elecciones complementarias. Estas elecciones podrían hacerse una vez al año, en fechas previstas en la ley. Por ejemplo, todos los cargos vacantes se llenan en elecciones que se hacen el 30 de junio de cada año.
7.- Mantener siempre el voto obligatorio, debiendo entregarse públicamente la cantidad de votos nulos y blancos en cada mesa.
8.- Deben introducirse modificaciones al sistema municipal, con la misma idea de representación que para los diputados, para dar más incidencia, participación y compromiso a los concejales como representantes del pueblo en el municipio.
Se requieren muchos cambios: hay que corregir situaciones de ilegalidad, arbitrariedad, corrupción que ocurren en el aparato estatal. La situación contractual de los empleados públicos, los sistemas carcelarios, los sistemas judiciales, las policías, los asuntos previsionales y de seguridad social, reformas educacionales, los estatutos de las fuerzas armadas, el sistema económico, son algunos de los temas de los deberemos ocuparnos los chilenos en el próximo tiempo.
Los cambios en la sociedad chilena son urgentes y deben caminar en el sentido exactamente contrario a lo que los dirigentes, apoyados por teóricos y medios de comunicación están proponiendo.
Los problemas del país no se solucionan solo con cambios en lo electoral. Eso ayuda, siempre que se abra la democracia y no se cierre en opciones cada vez menos comprometidas con las necesidades reales del país. Por eso, insisto, la construcción de una democracia participativa es fundamental y urgente.