Jaime Hales
Abogado, escritor
Hoy es 11 de septiembre de 2023.
Hace cincuenta años, más o menos al mediodía, nos llegó como rumor la noticia filtrada por
bomberos: el Presidente Allende había muerto.
Ese día amaneció con sol, un día radiante. Pero poco a poco los vientos arrastraron nubes y ya
al mediodía pudimos constatar que la temperatura bajaba. Cuando creíamos entrar en
primavera, recomenzó el invierno.
Hoy, cincuenta años después, el día se presentó húmedo y lluvioso. Desde anoche y hasta la
mañana caía agua y el viento se enseñoreaba. Pero, a diferencia de aquel aciago día, al
acercase el mediodía comenzó a salir el sol y fue posible ver el cielo azul, la cordillera nevada
como antaño, mucho antes de que el dolor dominara la tierra nuestra. Tal vez sea el anuncio
de que esta vez ya está empezando la primavera.
Es verdad que los ánimos se sienten caldeados, no sólo porque cada uno de los que tienen
acceso fácil a los medios de comunicación tiene su propia manera de recordar los hechos, sino
porque lo expresan con una vehemencia sorprendente, como si quisieran repetir todas y cada
una de las circunstancias.
Cuando escribí mi tesis para el grado de Licenciado, en marzo de 1973, sostuve que si no
llegábamos a acuerdos para una profunda reforma institucional que profundizara la
democracia, la crisis que se vivía terminaría en una dictadura. Y así no más fue.
Quiero separar las circunstancias. Una cosa es recordar – con enorme dolor – el hecho del
golpe mismo y otra muy distinta referirse a todo el período de la dictadura. Porque incluso
hubo dirigentes políticos y sociales del país que aceptaban o sugerían una interrupción del
orden democrático, pero para convocar a nuevas elecciones y no para instalar una dictadura
que pretendiera refundar las bases valóricas del país.
Hoy se busca al culpable del golpe. Miro la historia en el espejo y en la calle. Todos somos
responsables principales. Quienes gobernaban, por sus decisiones equivocadas y por sus
acciones. Quienes se opusieron con virulencia al gobierno de Allende desde antes de que
asumiera e incitaron a su derrocamiento desde la primera hora. Quienes, desde la oposición,
no fuimos capaces de convencer a las mayorías políticas de la necesidad de lograr un acuerdo
profundo que impulsara la democracia en Chile y frenara las acciones sediciosas que estaban
en marcha, según todos sabíamos. Los altos mandos militares, unos por su falta de autoridad
interna y otros por su sometimiento a las políticas de Estados Unidos desde la doctrina de la
seguridad nacional. Los políticos de derecha que agitaron contra el gobierno, exagerando y
mintiendo. Los que acapararon bienes y contribuyeron a agravar el malestar de los chilenos
mediante la agudización del desabastecimiento y el incremento de la inflación. Patricio Aylwin
presidente del partido inspirados en la frase “No les dejaremos pasar ni una”.
Todos fuimos responsables, pero sobre todo quienes lo planearon, lo ejecutaron y pusieron
en marcha un plan de instalación violenta, con sustentos ideológicos y profundo auto
convencimiento de un propio papel mesiánico y refundacional de la sociedad chilena.
No nos cuenten de los errores de los mandos medios: todo fue una decisión clara de actuar
con la máxima violencia para que no cupiera duda que esto no era una interrupción
momentánea del proceso democrático, sino un proyecto cuidadosamente planificado para
imponer una dictadura.
Para justificar el golpe, desde sus primeras proclamas, se aludió a la situación del país, pero
ya desde esa misma noche empezó a divulgarse la mentira: el plan Zeta y mucho más.
Cada año, en estos cincuenta que han pasado desde ese martes por la mañana, recuerdo los
sucesos del 11 de septiembre y mi convicción de que esto no era una cuestión superficial o
pasajera. Cada año revivo con dolor lo que pasó, lo que hicimos y lo que no hicimos, lo que
hicieron y lo que no hicieron. Cada año. Me da lo mismo que sean cincuenta o cien, porque
mientras viva, el recuerdo será persistente, con la conciencia de que los políticos, los que
empezábamos y los dirigentes, pudimos haber evitado todo esto.
Hoy, cuando los escucho y leo, me doy cuenta que muchos siguen pegados a sus visiones
preliminares, a la defensa de intereses, a sus doctrinas totalitarias, a sus propios estilos,
sintiendo que tienen respuestas para todo. De lado y lado. Y a algunos de los que luchamos
por los derechos humanos los veo desanimados, acomodados a lo que hay, pensando que se
gastó mucha energía, pero finalmente se aceptó todo.
Pero ha salido el sol. Dicen que volverá a llover. Escribí hace muchos años:
“La primavera ha llegado.
Volverá a llover amada
Pero serán lluvias y fríos de una primavera
Irreversible”.
Por mi parte, solo queda reafirmar mi compromiso de hacer todo lo que esté a mi alcance por
contribuir a un mundo mejor, con más democracia, con más respeto, con más amor y libertad.
(Ya es de noche. Hace frío, hay nubes. Mi amada me decía hace un rato: ¿volvió el invierno? Y
entonces yo le leí este texto)