Se huele el dolor

Quiero recuperar la fragancia de las olivas, en una tierra en que el dolor y la muerte dejan sus pestilencias en todo nuestro ser. Todo huele a dolor.

Por miles de años, diversos pueblos de origen semita –árabes en definitiva– habitaron este espacio mágico que fue usado por ejércitos y tiranos como puente entre diversas civilizaciones. Todas las religiones eran válidas y convivían amistosamente. El único conflicto era cuando los pastores nómades invadían los campos sembrados de los agricultores. Conflicto milenario, expresado en el mito de Caín y Abel.

Mientras se escribía en el fondo de su cielo y de su suelo un relato de sabidurías eternas, tierras de sabios y profetas, gente de paz, algunas tribus inspiradas por un dios guerrero atacaron con singular ferocidad a los habitantes de valles y montañas de esta ribera mediterránea, con la intención no lograda de exterminarlos. Toda esa historia, mítica y real al mismo tiempo, se basaba en que un dios más poderoso que los otros dioses locales les daría a ellos una tierra que ya estaba ocupada por pastores, agricultores, sabios, todos pacíficos. 

Eso está contado en la Biblia (Pentateuco). La creencia de ser un pueblo elegido por un dios guerrero y poderoso, que hace una alianza para quitar a otros dioses de en medio, exterminando a sus seguidores, los ha hecho sentirse superiores. Politeístas desde su base, han derivado en proclamar un monoteísmo que les acomoda: nuestro dios es el único dios y nosotros somos su pueblo elegido; por lo tanto, solo el que sea de los nuestros entrará a la vida eterna; tenemos derecho a todo en nombre del dios todopoderoso y quien trate de impedirlo será exterminado, como el mismo dios lo ordenó.

La invasión fue violenta sobre pueblos que no estaban en guerra con nadie. Para que no quedara duda sobre las intenciones, el dios guerrero les ordena matar a todos y así lo hicieron con los varones. Pero el enviado del dios guerrero reprende a sus soldados. “¿Pero habéis dejado con vida a las mujeres?”. Y ordena no solo matarlas a todas ellas, sino también a todos los niños varones.

Esta violencia es la que inspira hoy a los que dicen ser sus seguidores, aunque en verdad los que son más religiosos y una buena parte de sus intelectuales se oponen a estas matanzas y creen en el derecho humanitario. Los que dirigen, siguiendo una doctrina surgida en el siglo XIX llamada “sionismo”, pretenden reponer esa situación y exterminar a todos los habitantes que no sigan su voluntad y que crean que tienen derecho a un país, a un Estado, a una sociedad. 

Muchos reinos existieron en Palestina y cada uno con su religión. Todos semitas que hablaban arameo. Fue allí donde un joven rabino alzó su voz para derogar leyes de odio y venganza. Él proclamó algo inédito y no repetido por religión alguna hasta hoy: “Amad a los enemigos”.

Los habitantes de esta tierra han buscado la paz, pero sus espacios han seguido siendo campos de batalla. Luego de largos tiempos de paz, llegaron los europeos y tras ellos los turcos. Luego de dos mil años de invasiones, de dominaciones militares extranjeras, surgió una generación que buscó la independencia. Las potencias mundiales se alían con el sionismo, con el argumento de que quieren regresar a la tierra que un dios guerrero les había regalado. La promesa se ejecuta con aportes de armas, dinero y transporte. 

Naciones Unidas, en estrecha votación, crea el Estado de Israel y reduce Palestina a un 40% de su territorio. Pero los recién llegados ni siquiera respetan eso y quieren apoderarse del total en sucesivas invasiones o actos de colonización. Todo ello en alianza con las potencias.

Judíos de muchas partes del mundo, religiosos de distintas fracciones, se oponen al plan sionista. Ciudadanos nacidos en el creado Estado de Israel sobre la tierra palestina, israelíes, por tanto, rechazan el argumento del derecho del “pueblo judío” y abogan por la convivencia de todos los habitantes de esta tierra más allá del origen racial, la opción religiosa, las ideas políticas, como sucede en los países civilizados. Son intelectuales y políticos de Israel muchos de los que denuncian el intento de eliminar a todos los palestinos “árabes”, especialmente musulmanes y cristianos, haciendo lo que llaman “una limpieza étnica”, que no es otra cosa que una genocida política de exterminio.

Desde muchas partes del mundo se alzan voces impregnadas de humanismo que reclaman por estas conductas y quieren una solución pacífica. Esa sería el reconocimiento de las fronteras que impuso Naciones Unidas en el siglo pasado y la devolución de todo el territorio ocupado con el amparo militar. Para resolver sus propios problemas políticos, se provoca violencia hacia otros, tratando de unir en torno al cuerno de la guerra y al sonido de la metralla.

¡No me gusta la violencia! Aun así me pareció digna de respeto la Intifada que hace muchos años alzó a niños y jóvenes a luchar por su tierra y su pueblo, por su propia libertad y tras condiciones dignas de vida. No me gusta la estrategia de Hamás. Sospecho de ella. Cada vez que se avanza en espacios de paz, aparecen ellos para provocar una violencia que origina una represión mayor por parte de las fuerzas armadas israelíes. 

¡Detesto la guerra y las armas! Pero puedo entender la desesperación de quienes quieren vivir en dignidad y que entonces se alzan contra un ejército despiadado que protege las invasiones de nuevos colonos con bombardeos sobre la población civil y la construcción de muros que aíslan al pueblo. 

Con realismo y tristeza, podemos aceptar la existencia de dos Estados que puedan convivir en paz, con respeto y fronteras estables. Más nos gustaría un solo Estado que recupere el nombre de Palestina, en el que puedan vivir personas de todas las razas, religiones, idiomas, colores, procedencias, como habitantes de un solo país. Tal como sucede en nuestros países de América o en el mundo entero, salvo allí.

Quiero recuperar la fragancia de las olivas, en una tierra en que el dolor y la muerte dejan sus pestilencias en todo nuestro ser. Todo huele a dolor.

¿Cómo huele el dolor?

“Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”, dijo Gandhi 1
Duele Palestina
Jaime Hales, escritor chileno.
Hace dos años escribí un artículo con este
nombre. Hoy, octubre de 2023, debo
reescribirlo. Ratificaré en el texto lo que
dije antes y agregaré lo que me pasa hoy
con la situación en la tierra de mis
ancestros.


¿Cómo huele el dolor?
Hace dos años, en 2021, poetas de América escribimos un libro sobre Palestina y su gente llamado
“La Fragancia de las Olivas”.
¿Huelen las olivas a estas horas en la tierra milenaria?
Por miles de años, diversos pueblos de origen semita – árabes en definitiva –habitaron este
espacio mágico que fue usado por ejércitos y tiranos como puente entre diversas civilizaciones.
Mientras se escribía en el fondo de su cielo y de su suelo un relato de sabidurías eternas, tierras
de sabios y profetas, gente de paz, sus tierras eran atravesadas por egipcios, hititas, hicsos, tribus
viajeras, asaltantes camineros, nómades dispersos que se iban quedando allí.
Se cuenta la historia de algunas tribus que inspiradas por un dios guerrero atacaron con singular
ferocidad a los habitantes de valles y montañas de esta ribera mediterránea, con la intención no
lograda de exterminarlos. Toda esa historia mítica y real al mismo tiempo, se basaba en la idea
de que un dios más poderoso que los otros dioses locales les daría a ellos una tierra que ya estaba
ocupada por pastores, agricultores, sabios, todos pacíficos.
Eso está contado en segmentos conocidos como Números y Deuteronomio, parte del libro
inspirador de varias religiones denominado la Biblia. La creencia de ser un pueblo elegido por un
dios guerrero y poderoso, un dios que hace una alianza para quitar a otros dioses de en medio
exterminando a sus seguidores, los ha hecho sentirse superiores. Politeístas desde su base, han
derivado en proclamar un monoteísmo que les acomoda: nuestro dios es el único dios y nosotros
somos su pueblo elegido; por lo tanto, solo el que sea de los nuestros entrará a la vida eterna que
se nos ha prometido; tenemos derecho a todo en nombre del dios todopoderoso y quien trate de
impedirlo será exterminado, como el mismo dios lo ordenó.1 La invasión fue violenta sobre
pueblos que no estaban en guerra con nadie.2 Para que no quedara duda sobre las intenciones,
el dios guerrero les ordena matar a todos y así lo hicieron con los varones. Pero el enviado del
1 Números capítulo 13
2 Números capítulo 21 y siguientes.
“Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”, dijo Gandhi 2
dios guerrero reprende a sus soldados. “¿Pero habéis dejado con vida a las mujeres? Y ordena no
sólo matarlas a todas ellas, sino también a todos los niños varones.3
Esta violencia es la que inspira hoy a los que dicen ser sus seguidores, aunque en verdad los que
son más religiosos y una buena parte de sus intelectuales se oponen a estas matanzas y creen en
el derecho humanitario. Los que dirigen, siguiendo una doctrina surgida en el siglo XIX llamada
“sionismo”, pretenden reponer esa situación y exterminar a todos los habitantes que no sigan su
voluntad y que crean que tienen derecho a un país, a un Estado, a una sociedad.
Muchos reinos existieron en Palestina (Filistea), variadas religiones, todos ellos del mismo mundo
y raza, hasta que la bota romana se impuso en el lugar por muchos siglos. Fue allí donde un joven
rabino alzó su voz para derogar leyes de odio y venganza. Él proclamó algo inédito y no repetido
por religión alguna hasta hoy: “amad a los enemigos”, que es la forma del amor más exigente.
Los habitantes de esta tierra han buscado la paz, pero sus espacios han seguido siendo campos
de batalla. Luego de largos tiempos de paz, llegaron los europeos y tras ellos los turcos. Luego de
dos mil años de invasiones, de dominaciones militares extranjeras, surgió una generación que
buscó la independencia. Los gobiernos de Francia y Gran Bretaña, manejados por intereses
económicos y ambiciones desatadas de poder, dominan la zona. Dicen apoyar la causa de la
independencia contra la dominación turca, pero en verdad lo que quieren es quedarse con ese
territorio. Entonces, se alían con el sionismo, con el argumento de que quieren regresar a la tierra
que un dios guerrero les había regalado. Añadiendo el apoyo de los gobiernos sucesivos de
Estados Unidos, les prometen un territorio en Palestina que llamarán “Hogar Judío”. Y les dan
armas. Bajo el amparo de esos aliados, los recién llegados a una tierra que nunca fue de ellos –
muchos de los cuales ni siquiera descienden de semitas – desatan la guerrilla y el terrorismo.
Quieren, por la fuerza, apropiarse de esa tierra bendita y sagrada, de sabidurías excelsas.
Repiten su argumento: su dios guerrero, hace miles de años, les dijo que sería suya. Bajo el yugo
de las deudas y el hálito de la corrupción, las potencias colonialistas cedieron a las ambiciones de
grupos sionistas altamente ideologizados y les permitieron apoderarse de una tierra que
pertenecía a un pueblo pacífico y sabio, que no era guerrero, sino que conoció el terrorismo de
manos ajenas.
En Palestina convivían diversas religiones, creencias, doctrinas, ideas políticas, orígenes raciales,
como parte de un solo país. El terrorismo de personas que invocaban una religión como la única
válida y la idea de ser el único pueblo de un dios, de su dios guerrero, forzó guerras y
confrontaciones. La cobardía de los ingleses de esa época les dio pase libre a sus armas. Mientras
a los demás habitantes naturales del país se les privaba del derecho a organizarse y tener un
ejército. Pese a sus promesas de apoyar la independencia.
La antigua solidaridad musulmana con las demás religiones, que creó espacios protegidos para
cristianos de diversas denominaciones y judíos de todas sus fracciones, fue aplastada por quienes
querían adueñarse de un territorio en el que con la paz en la mano podrían haber tenido cabida.
3 Números capítulo 31
“Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”, dijo Gandhi 3
Pero llegaron con armas y gritos de guerra. Después de la barbarie nazista, que ocasionó millones
de muertos – 20 millones de soviéticos, 6 millones de polacos, 30 otros millones de europeos y
asiáticos – entre los cuales se encontraban casi 6 millones de personas que seguían la religión
judía, se agitó esa circunstancia como bandera de lucha y de sensibilización, que terminó con la
decisión de Naciones Unidas de dividir el territorio de Palestina para entregarlo a personas que
decían profesar esa religión. Quien condujo a esos inmigrantes hasta Palestina fue el movimiento
sionista, estructura política que quiere recuperar las fronteras del reinado de David y Salomón,
según se ve en el dibujo instalado en piedra en el frontis del parlamento israelí.
Pero más allá de división del territorio, la estrategia militar sionista, apoyada por Inglaterra y
Estados Unidos, condenada por la mayoría de los países del mundo, desató otras guerras, si así
se puede llamar a invasiones de militares bien armados contra grupos indefensos de la población
o guerreros irregulares que no encuentran otra forma de defenderse.
El pueblo palestino – de diferentes religiones – fue aplastado por la alianza del gobierno invasor,
con el apoyo de países, estados, gobiernos, militares, todos de las más grandes potencias, en
sucesivas guerras.
Judíos de muchas partes del mundo, religiosos de distintas fracciones, se oponen al plan sionista.
Ciudadanos nacidos en el creado Estado de Israel sobre la tierra palestina, israelíes por tanto,
rechazan el argumento del derecho del “pueblo judío” y abogan por la convivencia de todos los
habitantes de esta tierra más allá del origen racial, la opción religiosa, las ideas políticas, como
sucede en los países civilizados. Son intelectuales y políticos de Israel muchos de los que
denuncian el intento de eliminar a todos los palestinos “árabes”, especialmente musulmanes y
cristianos, haciendo lo que llaman “una limpieza ética” que no es otra cosa que una genocida
política de exterminio.
No son solamente los propios palestinos árabes, sino que en muchas partes del mundo entero se
alzan voces independientes pero impregnadas de humanismo, que reclaman por estas conductas
y quieren una solución pacífica que consista en el reconocimiento de las fronteras que impuso
Naciones Unidas en el siglo pasado y se devuelva todo el territorio ocupado con el amparo
militar. Aunque esa partición haya sido esencialmente injusta e infundada, aceptarla en los
términos que estableció Naciones Unidas, podría ser una verdadera solución.
Para resolver sus propios problemas políticos, mediocre táctica usada en muchas partes del
mundo, se provoca violencia hacia otros tratando de unir en torno al cuerno de la guerra y al
sonido de la metralla.
¡No me gusta la violencia! Aun así me pareció digna de respeto la Intifada que hace muchos años
alzó a niños y jóvenes a luchar por su tierra y su pueblo, por su propia libertad y tras condiciones
dignas de vida.
No me gusta la estrategia de Hamas. Sospecho de ella. Cada vez que se avanza en espacios de
paz, aparecen ellos para provocar una violencia que origina una represión mayor por parte de las
fuerzas armadas israelíes. Daniel Matamala escribió sobre el asesinato de Rabin. Yo agrego el
“Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”, dijo Gandhi 4
posterior asesinato por envenenamiento de Arafat. Matar a los líderes que buscaban la paz es la
manera de los extremistas de sobrevivir. ¿No se dieron cuenta los gobernantes del estado de
Israel, con todos sus servicios de espionaje aquello que venía? ¿O más bien digitaron,
manipularon, inspiraron esta horrorosa situación? Todo parece posible.
Pero la mayoría de los palestinos sigue queriendo la paz. Aun en las condiciones injustas de la
partición de hace 75 años.
¡Detesto la guerra y las armas! Pero puedo entender la desesperación de quienes quieren vivir en
dignidad y que entonces se alzan contra un ejército despiadado que protege las invasiones de
nuevos colonos con bombardeos sobre la población civil y la construcción de muros que aíslan al
pueblo.
Con realismo y tristeza, podemos aceptar la existencia de dos Estados que puedan convivir en
paz, con respeto y fronteras estables. Más nos gustaría un solo Estado que recupere el nombre
de Palestina en el que puedan vivir personas de todas las razas, religiones, idiomas, colores,
procedencias, como habitantes de un solo país. Tal como sucede en nuestros países de América
o en el mundo entero, salvo allí.
Quiero recuperar la fragancia de las olivas, en una tierra en que el dolor y la muerte dejan sus
pestilencias en todo nuestro ser.
Imploro al Dios único, aquel que ama a todos los seres humanos, aquel que pidió que amáramos
a los enemigos, para que nos ayude a encontrar el camino.
Oh, Dios, como duele.
Los ojos de los niños
angustias repetidas y un cañón que construye muros.
La sangre y las madres muertas
los muchachos y las muchachas enturbiados
la sangre dominando el escenario.
Duele, Dios, esta Palestina,
duele tu tierra de sabios, la que evoca a los profetas
duele desde el corazón hasta la mente,
nos arranca a jirones la historia mal escrita
Y alzamos la voz, una rama de olivo, una paloma.
Miramos al cielo, tu cielo, mi Dios,
pedimos solo justicia y libertad,
solo respeto y agua,
¡no más dolor, mi Dios!
“Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”, dijo Gandhi 5
Las olivas ya no expelen su aroma, todo huele a dolor.
En Santiago, octubre de 2023

REFLEXIONES AL PASAR EL DÍA

 


Jaime Hales
Abogado, escritor


Hoy es 11 de septiembre de 2023.
Hace cincuenta años, más o menos al mediodía, nos llegó como rumor la noticia filtrada por
bomberos: el Presidente Allende había muerto.
Ese día amaneció con sol, un día radiante. Pero poco a poco los vientos arrastraron nubes y ya
al mediodía pudimos constatar que la temperatura bajaba. Cuando creíamos entrar en
primavera, recomenzó el invierno.
Hoy, cincuenta años después, el día se presentó húmedo y lluvioso. Desde anoche y hasta la
mañana caía agua y el viento se enseñoreaba. Pero, a diferencia de aquel aciago día, al
acercase el mediodía comenzó a salir el sol y fue posible ver el cielo azul, la cordillera nevada
como antaño, mucho antes de que el dolor dominara la tierra nuestra. Tal vez sea el anuncio
de que esta vez ya está empezando la primavera.
Es verdad que los ánimos se sienten caldeados, no sólo porque cada uno de los que tienen
acceso fácil a los medios de comunicación tiene su propia manera de recordar los hechos, sino
porque lo expresan con una vehemencia sorprendente, como si quisieran repetir todas y cada
una de las circunstancias.
Cuando escribí mi tesis para el grado de Licenciado, en marzo de 1973, sostuve que si no
llegábamos a acuerdos para una profunda reforma institucional que profundizara la
democracia, la crisis que se vivía terminaría en una dictadura. Y así no más fue.
Quiero separar las circunstancias. Una cosa es recordar – con enorme dolor – el hecho del
golpe mismo y otra muy distinta referirse a todo el período de la dictadura. Porque incluso
hubo dirigentes políticos y sociales del país que aceptaban o sugerían una interrupción del
orden democrático, pero para convocar a nuevas elecciones y no para instalar una dictadura
que pretendiera refundar las bases valóricas del país.
Hoy se busca al culpable del golpe. Miro la historia en el espejo y en la calle. Todos somos
responsables principales. Quienes gobernaban, por sus decisiones equivocadas y por sus
acciones. Quienes se opusieron con virulencia al gobierno de Allende desde antes de que
asumiera e incitaron a su derrocamiento desde la primera hora. Quienes, desde la oposición,
no fuimos capaces de convencer a las mayorías políticas de la necesidad de lograr un acuerdo
profundo que impulsara la democracia en Chile y frenara las acciones sediciosas que estaban
en marcha, según todos sabíamos. Los altos mandos militares, unos por su falta de autoridad
interna y otros por su sometimiento a las políticas de Estados Unidos desde la doctrina de la
seguridad nacional. Los políticos de derecha que agitaron contra el gobierno, exagerando y
mintiendo. Los que acapararon bienes y contribuyeron a agravar el malestar de los chilenos
mediante la agudización del desabastecimiento y el incremento de la inflación. Patricio Aylwin
presidente del partido inspirados en la frase “No les dejaremos pasar ni una”.
Todos fuimos responsables, pero sobre todo quienes lo planearon, lo ejecutaron y pusieron
en marcha un plan de instalación violenta, con sustentos ideológicos y profundo auto
convencimiento de un propio papel mesiánico y refundacional de la sociedad chilena.
No nos cuenten de los errores de los mandos medios: todo fue una decisión clara de actuar
con la máxima violencia para que no cupiera duda que esto no era una interrupción
momentánea del proceso democrático, sino un proyecto cuidadosamente planificado para
imponer una dictadura.
Para justificar el golpe, desde sus primeras proclamas, se aludió a la situación del país, pero
ya desde esa misma noche empezó a divulgarse la mentira: el plan Zeta y mucho más.
Cada año, en estos cincuenta que han pasado desde ese martes por la mañana, recuerdo los
sucesos del 11 de septiembre y mi convicción de que esto no era una cuestión superficial o
pasajera. Cada año revivo con dolor lo que pasó, lo que hicimos y lo que no hicimos, lo que
hicieron y lo que no hicieron. Cada año. Me da lo mismo que sean cincuenta o cien, porque
mientras viva, el recuerdo será persistente, con la conciencia de que los políticos, los que
empezábamos y los dirigentes, pudimos haber evitado todo esto.
Hoy, cuando los escucho y leo, me doy cuenta que muchos siguen pegados a sus visiones
preliminares, a la defensa de intereses, a sus doctrinas totalitarias, a sus propios estilos,
sintiendo que tienen respuestas para todo. De lado y lado. Y a algunos de los que luchamos
por los derechos humanos los veo desanimados, acomodados a lo que hay, pensando que se
gastó mucha energía, pero finalmente se aceptó todo.
Pero ha salido el sol. Dicen que volverá a llover. Escribí hace muchos años:
“La primavera ha llegado.
Volverá a llover amada
Pero serán lluvias y fríos de una primavera
Irreversible”.
Por mi parte, solo queda reafirmar mi compromiso de hacer todo lo que esté a mi alcance por
contribuir a un mundo mejor, con más democracia, con más respeto, con más amor y libertad.
(Ya es de noche. Hace frío, hay nubes. Mi amada me decía hace un rato: ¿volvió el invierno? Y
entonces yo le leí este texto)