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JAIME HALES
Despertó sintiendo que era muy temprano. Bastó una mirada para saber que estaba en un lugar completamente desconocido: ¿Qué es esto?, se preguntó.
Los muros de un amarillo claro, el cielo raso en azulino, la habitación sin ventanas. Una sola puerta de hojas anchas, doble.
Se incorporó. La cama ancha, alta, cómoda. Ni un solo mueble en el espacio, una lámpara de tubos en el techo, la ropa de cama en tonos que algún día fueron blancos.
¿Un hospital? Porque no es una cárcel, no es su casa ni la de nadie que pudiera conocer. ¿O quizás sí? Trata de recordar los nombres de las personas que debiera conocer y nada se viene a su cabeza. ¿Papá, mamá, hermanos, pareja? ¿Amigos o amigas?
Está vestido con un pijama gris, muy grande para él. Al ponerse de pie tuvo dolores musculares. Mucho tiempo acostado, tal vez. Delgado. Huesudo, barbado. Buscó un espejo, pero no había nada que cumpliera esa finalidad. ¿Siempre había sido tan delgado? ¿La barba creció mientras estaba en la cama?
Se concentra e intenta recordar algo. No sabe su nombre, no sabe nada de sí mismo. Le resuena una palabra a lo lejos en su mente ahora atribulada e inquieta: tiranía… ¿Está preso por una dictadura? ¿Hay una dictadura en este país? ¿¡Qué país es éste!?
Hace estiramientos de la musculatura. ¿Dónde aprendió eso? No recuerda.
No hay memoria, no hay recuerdos, no hay nada en su cabeza, solo preguntas. ¿O esto es la muerte?
No. No es la muerte, porque entonces el cuerpo debe estar de otro modo. Se palpa el cuerpo: siente las costillas y recorre con sus manos el pecho. A la altura de donde debe estar el corazón percibe una cicatriz horizontal. Dura, seca, antigua quizás. Desciende su mano y bajo el ombligo siente otra cicatriz en la misma dirección, pero más larga. Mira sus brazos: el izquierdo está lleno de pequeñas cicatrices como hechas por vidrios y el derecho tiene una sola que va desde el hombro hasta casi la muñeca. Toca las piernas, duras, piel seca. Siente bajo el pie izquierdo una dureza. Sentado de nuevo sobre la cama, levanta la pierna y toca la planta, donde descubre una larga y gruesa cicatriz. La acaricia, la recorre y percibe una agitación que insinúa un recuerdo que se abre paso.
En su mente circulan palabras sueltas evocadas por la cicatriz: traición, miedo, dolor lacerante. Y recuerda un poema que no sabe quien escribió: «Sé que te amé/porque una cicatriz lo recuerda a cada instante».
Y rompe a llorar.