Jaime Hales
Escritor, abogado, tarotista
Buenas tardes. Agradezco su presencia esta tarde. para compartir unos minutos. Hablaré alrededor de 30, para luego darles la palabra. El tema que convoca este evento de MCA es “Una nueva humanidad”.
Hablaré desde mi experiencia, de cuanto he aprendido con los años, de las convicciones personales. Dos ideas se presentan con fuerza en este encuentro: humanidad y nueva era.
¿Qué es la humanidad? Podemos definirla como el conjunto de los seres humanos de una época determinada. En forma más concreta, es la generalidad de sujetos humanos con ciertas características básicas comunes en las cuatro dimensiones principales: corporal, mental, espiritual y emocional y que se manifiestan en la cultura y la interacción de los seres humanos. En suma, una manera de vivir.
Es decir, no existe sólo una humanidad a lo largo de la trayectoria de la vida del planeta. Por eso se insinúa, en el lema que nos convoca, la posibilidad de que estemos frente al nacimiento de una nueva humanidad. Y nosotros, al menos la mayoría de los que estamos aquí, pertenecemos a una humanidad que termina su recorrido planetario luego de algunos miles de años de existencia.
Al título, yo agrego la expresión “Nueva Era”. Me refiero a la naciente era de Acuario, de la cual llevamos transcurrido el primer grado de los 30 que tiene.
Una Era es el tránsito de la tierra y de quienes la habitamos, por un espacio marcado por una energía específica. Estas Eras están basadas en las “constelaciones” que rodean la tierra. Al mirar el cielo vemos las estrellas que nos ofrecen agrupaciones aparentes. Esas agrupaciones son conocidas desde tiempos inmemoriales por los sabios de cada civilización y se han clasificado en un sistema llamado Zodíaco. Son 12 que conforman un circuito de 360 grados. El giro anual del sol por el zodíaco demora 30 días más o menos en recorrer una constelación y en un año las recorre todas.
Pero las Eras a las que me refiero son un concepto mayor: cada año, en el día del equinoccio de primavera en el hemisferio norte (equinoccio de otoño en el sur) el sol amanece teniendo una cierta constelación detrás. Ese hecho se repite cada año durante 2,160 años en promedio, siempre en la misma constelación, hasta completar los 30 grados que tiene. Demora en recorrer cada grado aproximadamente 72 años. Durante más de dos milenios el amanecer de ese día equinoccial tendrá como trasfondo la misma constelación, partiendo del grado 30, hasta terminar en el 1 y luego pasar a la siguiente. Como va “retrocediendo”, los astrónomos modernos, que han confirmado este hecho, hablan de la “Precesión de los equinoccios” y a las eras las llaman “Eras precesionales”.
Y hoy estamos viviendo los inicios de la Era de Acuario, después de haber vivido por dos milenios con la Era de Piscis.
Hablemos de la humanidad.
Cuando exploramos los vestigios arqueológicos, sobre todo aquellos que el mundo oficial tarda más en reconocer, encontramos huellas que nos hablan de un desarrollo “no lineal de la humanidad”.
Con esto quiero decir que esos relatos que nos han hecho tan ordenaditos sobre las diferentes edades y épocas y también acerca de cuándo existió una especie y cuándo existió otra, todas sucesivas, han ido cayendo como un castillo de naipes.
Ya sabemos que Neanderthal y Cromañón son solo dos de las numerosas variedades humanas y protohumanas que han existido. Y junto a eso hemos ido aprendiendo que no han sido especies sucesivas, sino que coexistieron e incluso se relacionaron hasta el punto de tener descendencia común. Algunas, las más fuertes y también las más inteligentes y mejor dotadas en sus habilidades, fueron predominando, sobreviviendo.
Pero los humanos no eran, desde los inicios, seres que permanecieran siempre en el mismo lugar. Ya sabemos de los movimientos humanos. Numerosas expediciones y migraciones, desplazamientos de grandes grupos humanos en busca de… ¿En busca de qué? ¡En busca de saber de dónde viene y a donde va el sol!
Cuando el espécimen “homo” se pone de pie y estira su espalda (ése es el homo erectus), percibe el horizonte, que es el lugar por donde se pone el sol. Y se hace tres preguntas:
· ¿De dónde viene?
· ¿A dónde va?
· ¿Y por qué no regresa por el lugar al que fue, sino que vuelve a aparecer siempre por donde mismo?
Esta tercera pregunta es la que le permite sostener que el mundo debe ser redondo o estar al menos inmerso en un camino circular, como lo sabían la mayoría de las antiguas civilizaciones, según hemos confirmado por los rastros que dejaron. Para las otras dos preguntas, deberá moverse: ir en busca del lugar a dónde va o de dónde viene. Y así comienzan las migraciones, una expansión que aun no se detiene.
El ser humano es un migrante perpetuo.
Las circunstancias de tales movimientos siguen revelándose día a día y siempre hay nuevas hipótesis respecto de cuándo y cómo llegaron las personas a los territorios que hoy habitan. Alguien hablaba de pueblos originarios y la académica Elisa Loncón acuñó la frase: “Pueblos preexistentes a la llegada de los europeos”, porque nunca se sabe quién es originario de qué lugar. Pese a ello, escuchamos y leemos a personas que hablan con una seguridad pasmosa de cosas del pasado sin más asidero que repetir lo que se ha dicho siempre, como si todo fuera de ese modo y no pudiera ser de otro. Y como si se pudiera saber con certeza y precisión los detalles del desarrollo humano. Como si hubiera una sola humanidad – esta humanidad nuestra – la que aparece luego de varianzas y aventuras al terminar las glaciaciones.
Como si fuéramos sólo una sola humanidad desde hace millones de años. Y claro, desde el homo erectus de hace 3 millones de años hasta el homo sapiens que aparece hace unos cientos de miles de años, se avanzó con muchísima lentitud, casi sin cambios en todo ese tiempo. Y este homo sapiens también se desarrolla y progresa con pasmosa calma. Luego de años algunos miles de años casi sin variaciones, de pronto todo se acelera, especialmente en cuanto a conocimiento disponible y avances concretos civilizatorios. Hace 13.000 años, cuando los hielos se derretían, el conocimiento se duplicaba cada 500 años. Hace 6.000, era poco menos. Hoy, en el siglo XXI (o siglo primero de la era de Acuario) se duplica cada 5 años. Eso se debe a que hace pocos miles apareció en el paisaje antropológico el ser humano actual, el homo sapiens-sapiens, es decir, el ser humano que sabe que sabe.
Esta humanidad es diferente de las anteriores:
· somos seres especiales;
· somos seres dotados de una gran capacidad de manejar conocimientos e información;
· somos seres capaces de crear muchas cosas que a las anteriores humanidades o agrupaciones humanas no se les habían ocurrido;
· pero… somos seres humanos que conservamos la violencia, la agresividad y la crueldad de otras especies o grupos humanos anteriores. O aun peores, porque las tecnologías nos hacen más letales.
Las civilizaciones que aparecen hace más o menos 6 o 7 mil años manifiestan conocimientos que no han sido descubiertos por ellas, sino que – y así lo dicen sus propios textos – les fueron entregados por los dioses. Es decir, seres de mayores conocimientos y capacidades traspasaron a estos grupos humanos esas informaciones y datos. Porque las civilizaciones que aparecen y de las que dan cuenta la historia sabían muchas cosas que sus habitantes no tenían como haber aprendido en unos pocos siglos. ¿Cómo sabían los sumerios y las civilizaciones aledañas acerca de los ciclos de las eras precesionales? Ellos tenían perfectamente conceptualizados los procesos de cada era y sabían que el ciclo total duraba 25.920 años. Es decir, ellos conocían algo que duraba miles de años, lo que evidentemente no podían haber observado, sobre todo sin tener los instrumentos para ello. ¿Cómo lo sabían? ¿Quién se los informó? ¿Cómo ha sucedido esto? ¿Cómo se hacen presentes esos conocimientos, esos sucesos, esas acciones atribuibles a humanos y que superan con creces lo que ellos podrían haber hecho en esos momentos?
¿Cómo aparece todo este progreso, crecientemente acelerado? Una de las respuestas que surge como posible – no necesariamente probable – sería la existencia en el planeta, en la larga historia del planeta, de otras humanidades antes de la nuestra. ¿Ha sido así? El mundo de las tradiciones esotéricas dice que sí. Madame Blavatsky nos cuenta de 5 humanidades, la última de las cuales sería la que está sobre la tierra en estos milenios. A la espera de una sexta que debe nacer con Acuario.
Las huellas arqueológicas que han sido descubiertas ahora, cuando se avanza en el siglo XXI, generan muchas teorías sobre diferentes tópicos. Unas hablan de la existencia de varias humanidades y otras de procesos de cambios y evolución, además de la presencia coetánea de diferentes especies similares a la humana, con distintos grados de desarrollo. Y también de otras presencias menos explicadas.
La actual humanidad, ésta que fue construyendo el mundo que tenemos en este siglo, ha llegado a un punto culminante, a un estadio crítico, en el cual se revelan contradicciones muy profundas. En la medida que se fueron acrecentado e instalando distintos procesos civilizatorios, la humanidad comenzó a vivir un desarrollo de cada vez mayor conciencia sobre sí misma, logrando, entre cosas, establecer escalas de valores que podrían diferenciarla de las especies meramente animales. Incluso, tal vez, de los modelos de sus creadores (y organizadores)
Cuando observamos la vida humana en los últimos 400 o 500 mil años, podemos percibir que la organización de las sociedades ha estado marcada por la competencia, la violencia, la ambición, las ansias de poder, la codicia.
Los relatos más antiguos que nos hablan de la creación del mundo y de los orígenes de la humanidad, tienen como lugar común la existencia de seres superiores, los dioses, que habrían “creado” a la especie humana. Y esta creación habría tenido como característica generar a seres “a imagen y semejanza” de los creadores. Y hay dioses diferentes, unos mejores que otros. El relato bíblico judío, llamado por cristianos “Antiguo Testamento”, probablemente el más nuevo de todos, nos cuenta de la existencia de dioses, todos ellos materiales y concretos, cada uno encabezando un pueblo distinto. Uno de ellos – que es el protagonista del libro – se hace llamar Yahvé. Es un guerrero que elige a un grupo pequeño, para que sean sus seguidores, su propia tribu y les hace saber que él es el más poderoso de los dioses. No es el único. Pero es el más fuerte. Y deben seguirlo a él y no a los otros.
Lo que es común a todos, es que los dioses luchan entre sí, se imponen por la violencia, por la guerra. Establecen códigos de obediencia, estratifican el poder, tienen a sus preferidos de entre los humanos, son crueles con los enemigos. Son dioses que se enojan, que castigan, que se imponen con dureza. Dioses a los que hay que temer. Uno de los peores es Yahvé, el único que llama a exterminar a los demás pueblos que ocupan los territorios cercanos a donde se instalan sus seguidores o en aquellos donde él quiere que residan sus súbditos.
Los dioses domestican a los seres humanos hasta un momento en el cual deciden irse, prometiendo que regresarán, para ver si acaso sus seguidores han sido capaces de imponerse a los enemigos, si han progresado en el mismo sentido que ellos: si tienen más bienes, si han conseguido más poder, si han exterminado o sometido a sus enemigos, si su inteligencia y sus victorias les permiten parecerse más a los dioses.
Es decir, crearon una humanidad a su imagen y semejanza que por miles de años fue construyendo un modelo autoritario, violento, codicioso, cruel, injusto.
Solo unos pocos pueblos fueron diferentes. De ellos se sabe poco, porque en general fueron destruidos por sus dominadores. La huella sin embargo quedó en la Europa del Sur y ha sido develada hace no muchas décadas. Los habitantes de esa zona del mundo vivieron una época – milenios – de cierta paz. Su creencia era en la diosa madre y no en dioses guerreros. A partir de ello, construyeron una sociedad basada en:
· la colaboración y no la competencia;
· en la participación y no en el poder vertical;
· en la interacción con la naturaleza más que en la depredación;
· en la vida común y no en el enriquecimiento de una minoría sobre la base de la explotación de la mayoría.
Pero esa forma de vida es arrasada por los pueblos que provienen de Asia y que mediante la fuerza destruyen la civilización que encuentran y esclavizan o exterminan a todo los habitantes preexistentes. Lo mismo que harán milenios después con los habitantes de América, África y Asia del sur. Y así siguen hasta hoy.
Pero hay algo más. Ya hace 2.500 años comenzaron a aparecer en distintas regiones del mundo algunos discursos y mensajes diferentes al generalizado en las civilizaciones de entonces: Zoroastro, Buda, Pitágoras, Mitra, Jesús el llamado Cristo, para nombrar a los más destacados, proponen estilos de vida completamente diferentes, hasta el extremo de impulsar como ejes centrales de una nueva sociedad, de un nuevo modo de vivir:
· el desprendimiento generoso de los bienes materiales,
· la solidaridad,
· la colaboración,
· la justicia
· la libertad
· el amor,
Los más radicales de esa propuesta fueron Buda –que propone la vida en la pobreza y desprendimiento total – y Jesús – que plantea el amor a los demás como criterio de conducta, partiendo por el amor a los enemigos –. Su discurso choca con las estructuras. En el caso de nuestra cultura llamada occidental, el cristianismo se rinde ante el poder político y económico y se identifica con ellos, recurriendo a la acumulación de riqueza, la violencia y la corrupción para expandirse y mantener el dominio.
El argumento de los poderosos ha sido que la fuerza es la fuente del poder – como en la Era de Aries– y que el sufrimiento es el camino para alcanzar la gloria – como en la Era de Piscis–. Unos deben “aceptar el sufrimiento” que conlleva la responsabilidad de dirigir, de mandar, de organizar a los demás, de soportar el peso del poder. Otros deben aprender a obedecer, a no codiciar, a callar, a aceptar las normas que las minorías dirigentes le imponen. Si naciste pobre, sé el mejor pobre, pero no pretendas salir de allí, porque eso es ir en contra de la voluntad de los dioses que justifican a los poderosos.
Pero terminó Aries – prolongado artificialmente por el cruel y brutal imperio romano – y hemos vivido todo Piscis, cuya coronación fue el lanzamiento de las bombas atómicas sobre pueblos indefensos.
Nosotros, los nacidos en el siglo XX somos generaciones privilegiadas, pues nos ha tocado ser testigos y protagonistas de un hecho completamente nuevo. Somos los únicos que hemos vivido con un cierto grado de conciencia la experiencia de tránsito entre dos eras. La era de Piscis que muere y la era de Acuario que nace.
Hemos conocido las enormes transformaciones del mundo en todos los aspectos, desde los cambios en las ciencias y en la tecnología hasta los cambios culturales. El mundo que nace es resistido por las minorías poderosas, las que son apoyadas por seguidores que prefieren la esclavitud antes que el riesgo de ir a lo desconocido.
Pero otras minorías, personas y grupos de personas que están despertando su conciencia, comienzan a hablar, a proponer, a sugerir y, sobre todo, a vivir, experiencias distintas orientadas por la esencia de lo humano.
Los dioses violentos y represivos están siendo sustituidos en la conciencia colectiva por una divinidad que lo contiene todo, que no se alía con los poderosos, que es una fuerza de amor y que nos conduce sutilmente a un modo de vivir sustentado en la justicia, el amor, la libertad y sobre todo, en una nueva conciencia de humanidad.
La actual humanidad está viviendo un proceso de transformación muy profundo que, por cierto, es lento.
Esa lentitud se debe a dos razones:
· la primera es que la conciencia no se impone, sino que debe despertarse en cada uno de los seres humanos a partir de la conexión profunda consigo mismo;
· la segunda, es que quienes tienen el poder – más allá de sus ideologías – lo defienden a brazo partido. Y he aquí la extrema violencia, la desesperación por mantenerse, la corrupción, la codicia, la envidia, la soberbia y sobre todo, la falta de respeto por los otros seres humanos.
Esta vez, al iniciarse Acuario – a diferencia de lo que se ha vivido en otras eras – no tenemos ni un avatar ni un profeta. No es el tiempo de los caudillos ni de los líderes que creen saberlo todo. Eso es justamente lo que debe ser desplazado. NO es el tiempo de alguien que nos diga todo lo que debemos hacer. Por el contrario: es la hora en que deben armonizarse las relaciones humanas desde una perspectiva completamente diferente.
El avatar de la nueva Era es la propia humanidad en su conjunto. Por eso la responsabilidad recae en cada ser humano y la transformación se va acelerando en la medida que se reúne la masa crítica suficiente.
Yo digo: si el 10 por ciento de los que se dicen cristianos siguieran el llamado a amar a los enemigos, ¿no creen ustedes que habrá poco espacio para las guerras? La paz no sería el tiempo intermedio entre dos guerras, sino algo mucho más potente: una manera de vivir en colaboración, en respeto, en justicia.
El acta de nacimiento de la Era de Acuario es la declaración de los derechos humanos del año 1948. Pero, para que ese concepto se generalizara e internalizara en las personas, debieron pasar décadas y todavía nos enfrentamos al conflicto con quienes creen que defender los derechos humanos es un acto político de las izquierdas o confunden la acción de los delincuentes con las violaciones de los derechos humanos, que solo las pueden cometer los agentes del Estado.
La Era comienza a manifestarse tímidamente, pues la violencia sigue arreciando. Atisbos de cambio en los años 60, con una réplica feroz en los 70 y 80. En todo el mundo. Dictaduras brutales que se instalan en todos los continentes. Pero la esperanza y las mejoras empiezan a surgir al despuntar los años 90, cuando las tiranías deben ceder espacios.
Este es el punto de crisis: una parte muere y otra se levanta. Aunque haya resistencias, finalmente lo que emerge se habrá de instalar.
El desarrollo de los últimos 13 mil años (que es el transcurso de 6 eras) ha situado al planeta en un punto crucial: son tiempos terminales y tiempos fundacionales, donde las cosas están cambiando radicalmente. Es hora de definiciones, pues nos situamos en uno u otro lado.
Los últimos 30 años nos muestran los tiempos que vivimos:
· Cambios acelerados
· velocidad para todo
· incertidumbre y precariedad
· exacerbación de la materia y de la riqueza
· las nuevas certezas
· el poder,
· la ambición
· las tensiones
· la violencia
También hay otra mirada profunda para estos tiempos:
· Mayor paciencia
· Nueva tolerancia
· Fortalecimiento de la Fe y la confianza
· Desapego
· Amor: una versión de entrega y recepción, en una dimensión personal y social.
Las energías están en movimiento. Para mantener las cosas, basta con imponer por la violencia y el autoritarismo los moldes actuales de comportamiento. Los que queremos que termine el modelo anterior y se abran paso los paradigmas de la nueva era, asumimos que hay tareas concretas sustentadas no solo en vagas expectativas, sino en la observación de lo que pasa en el tiempo actual, donde algunas ilusiones comienzan a hacerse realidad.
En este tiempo se puede hablar de cosas antes vedadas, se reabre la comunicación. Por ello es necesario dar cuatro pasos:
· SABER,
· DESPERTAR,
· CRECER,
· AMAR.
Aunque la señal más poderosa ha sido el nacimiento de los niños de la nueva humanidad.
Al comenzar los 90 un autor de Estados Unidos habló de los niños índigo, como sujetos especiales. Ellos estaban, según su punto de vista, dotados de especiales cualidades emocionales, intelectuales, espirituales e incluso físicas. La observación de los que nacían en esos tiempos permitió establecer que, siendo siempre minorías, cada vez este tipo de niños se iba extendiendo. Ya no se habló más de los índigo. Nos fuimos dando cuenta que muchos de los niños que están naciendo son distintos de los que nacían antes:
· Ven y oyen desde que nacen;
· Afirman su cabeza;
· Se manejan bien con los adelantos tecnológicos;
· Usan lenguajes que parecen propios de adultos;
· Manifiestan memoria kamica;
· Tienden a demostrar mayor sensibilidad con los animales;
· Se interesan en temas no habituales en los niños de antes;
· Tienden a desarrollar mas actividad física;
Ellos serán quienes se harán cargo del nuevo paradigma. Cada vez hay más. Como sucede muchas veces, la mirada optimista se revela por parte de personas que no hacen mucho ruido, son silenciosas, hasta que se reúna el número suficiente de personas que producirán las transformaciones e impulsarán un avance real, seguro, integral, de la humanidad, en todas sus dimensiones.
La generosidad, la solidaridad, la empatía enfrentarán al egoísmo, a la ambición desmedida, a las ansias de poder, a la competencia, desarrollando verdadera conciencia de personas frente a los individualistas, conciencia de sí mismos, del yo frente a las deformaciones del ego: egocentrismo, egolatría y egoísmo.
Lo que ellos construirán será una forma de vida de cooperación y armonía, que será cada vez más frecuente, más natural y por lo tanto que se quedará instalada para siempre. Las contradicciones serán asumidas con mayor conciencia y resueltas con voluntad, pasión, interés por los otros. El materialismo cederá paso a las dimensiones menos físicas y las expresiones de vida concreta serán más amorosas y afectivas que bélicas o agresivas.
Es el tiempo de la vida real, lo relevante no serán las teorías sino las experiencias concretas, inspiradas en los aspectos intelectuales, espirituales y emocionales.
No estamos frente a una nueva generación sino ante el nacimiento de una nueva humanidad, cuyos parámetros serán totalmente diferentes. Porque ninguna de sus dimensiones primará de modo determinante, sino que habrá un desarrollo armónico de los aspectos intelectuales, espirituales, emocionales y físicos de cada una de las personas. Esta nueva humanidad entenderá que la competencia ayuda menos que la solidaridad y la colaboración. El respeto y la valoración de los demás, el cuidado de nuestros entornos físicos y humanos, la acción integradora de las miradas intelectuales y espirituales, las manifestaciones emocionales, son parte de las claves que esta nueva humanidad aportará al mundo.
Repitamos: el amor es el motor que pone en marcha una sociedad diferente, más clara, de mayor comunicación. Más que lo externo, la nueva humanidad pondrá mayor atención a lo que pasa en cada una de las personas.
La nueva humanidad que construirá la sociedad acuariana será amorosa, libre, justa, haciendo realidad el lema de la fracasada revolución francesa, con la más alta conciencia de sí mismo, voluntad de diálogo, encuentro con los otros, mayor comunicación, sustentado en un desarrollo de la creatividad en todas sus formas.
Ustedes no han llegado a esta sala hoy ni por error ni por simple accidente. Nada es meramente casual. Gracias por haber estado acá.
Por el contrario, una secuencia de procesos personales y grupales los pone en posición de abrir una nueva ventana en su mente y su corazón o reafirmar sus conocimientos en una nueva síntesis.
He querido hablar desde la humildad y la alegría. Humildad, para recordar que nunca partimos desde cero, sino siempre desde el punto en el que el anterior corredor dejó la posta. Alegría, para descubrir y valorar el concierto maravilloso que surge desde las manos de tantos que enseñan, aprenden y comparten, más armonía que lo que ordinariamente se sostiene. Y en ello, muchos de los nacidos en las últimas décadas ya están abriendo los caminos. La masa crítica se acerca.
Es poco lo que sabemos, pero si respetamos y amamos al mundo concreto que nos rodea, seremos capaces de iluminar las ignorancias y convocar a los que tienen dificultades para ver y para oír.
El ser humano es la criatura más compleja e interesante de todo lo que existe en el planeta tierra. “Somos lo mejor de la creación”, ha dicho la astrónoma María Teresa Ruiz.
Cada día estoy más convencido de la inmensidad del universo. Nuestra vida terrenal nada dura en comparación con el tiempo de existencia probable del universo «conocido» y nuestro cuerpo parece insignificante en comparación con su dimensión. En esa inmensidad, me asiste la certeza de que cada uno de nosotros es indispensable y, sin nuestras energías, el inconmensurable universo no sería el mismo. Ello fortalece mi fe en la divinidad y en la trascendencia de las personas.
Por más de veinte siglos, se nos ha enseñado un modo racional de ver la realidad. La racionalidad trabaja analíticamente: es decir, lo que importa es la visión y el conocimiento de las partes. Ello nos muestra una realidad fragmentada y un ser humano unidimensional.
Ahora nosotros, protagonistas del cambio de Era, podemos decir que vamos de la mano con la nueva humanidad y le entregaremos el testimonio de esta posta con la confianza, con la seguridad, de que estas personas diferentes construirán ese mundo de paz, de entendimiento y de prosperidad.
Viene una nueva humanidad, con la conciencia más despierta, sabiendo de sí mismo y del mundo, con la confianza que el autoconocimiento es la conexión hacia si mismo y los demás.
Una humanidad que sabrá que no todo se resuelve con la riqueza y que la meta por alcanzar tiene que ver con “ser más” y no necesariamente con “tener más”. Esa es la verdadera calidad de la vida que viene, es la nueva racionalidad.
Una humanidad solidaria en la escala de lo inmediato y lo cercano, pero también en la escala planetaria.
Una humanidad que sustenta su acción en una nueva ética, la ética de la paz, el entendimiento, sobre la base del amor.
Desde el derretimiento de los hielos, han transcurrido seis eras y ahora estamos en las antípodas. Con Leo – la constelación regida por el sol – los hielos se derriten y ahora, con Acuario, se inicia un nuevo período para la humanidad.
No, no. ¡Tal vez se trate de una nueva humanidad!
Gracias.