El nacimiento Hacía calor aquel día.
Los vientos calientes llegaban desde los corredores que forman cerros y valles al norte del Mar Muerto, en las orillas del Jordán, al sur de Galilea.El nacimiento Hacía calor aquel día.
Caminábamos siguiendo al Maestro. Él avanzaba rápido. Era más joven y fuerte que muchos de nosotros, parecía que no lo afectaban las condiciones del clima ni la muchedumbre que lo rodeaba. Tratábamos de protegerlo de mujeres y hombres que querían tocarlo, estar a su lado, como si de esa manera sus palabras pudieran instalarse con más propiedad en sus mentes y corazones.
Caminaba y hablaba, a la usanza de Aristóteles, cuya fama de caminante perpetuo lo marcó para siempre. Conocíamos a ese sabio griego, pero las palabras de nuestro joven Maestro nos conmovían profundamente, porque no se preguntaba por las cosas ni la existencia de lo externo, sino que nos hablaba de nosotros mismos.
Gustaban sus palabras, aunque muchos no las entendían. «Que entienda el que pueda», era su máxima: si no entiendes ahora, entenderás mañana, pero las sabias palabras de Issa – su nombre arameo – tocaban a cada uno en profundidad y no serían olvidadas.
Al llegar a Jericó fuimos a la plaza que estaba en el centro de la milenaria ciudad. Una muchedumbre se juntó en torno a él. Se sentó en el suelo. Pidió agua. Alguien preguntó:
- «¿Maestro qué debo hacer para llegar a la gloria eterna?».
Dibujaba y escribía en el suelo. Le gustaba hacerlo antes de responder. Era su modo de dar tiempo al interrogador de volver a pensar en su pregunta y preparar el terreno del corazón para recibir la respuesta que daría. Buscó con sus ojos a quien había hablado: era una muchacha sencilla. Él apreciaba las preguntas de las mujeres pues daban pie a respuestas más profundas.
- Quien no nace de nuevo, no podrá entrar en el reino de la gloria divina.
Un hombre mucho mayor que se había subido a un sicomoro, pues su baja estatura no le permitía ver bien a Issa, le preguntó:
- «Pero Maestro, cómo siendo un hombre ya mayor podré entrar en el vientre de una mujer?».
Issa lo miró y le dijo:
- Quien no nace de nuevo, no podrá entrar en el reino de la gloria divina.
Esa noche llovió en Jericó.
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