ARTE EN MARCHA

JAIME HALES

¿Has visto algo más difícil que explicar la indiferencia? Porque solo al hablar de ella, al pensar en ella, al escribir sobre ella, ya la indiferencia que pudiste haber sentido comienza a desaparecer.

Ya sé que me dirás que no es así: la indiferencia es lo que me dices que hago cuando escucho tus quejas y reclamos y mantengo silencio. Es que no entiendes: asumo los reclamos completamente, pero mi vinculación contigo y mi disposición a aceptar, choca con mi soberbia, mi orgullo, mi vanidad. Si hablo y digo «si, mi amor», estoy renunciando a esos defectos míos que me han blindado en una existencia dura, ayudándome a llegar a la cima más alta que me es posible.

No es indiferencia, mujer, no. Es solo silencio. No confundas el silencio con la indiferencia. El silencio puede ser respeto, la indiferencia es desprecio, desvalorización, desajuste emocional.

Me miras llena de dudas. ¿Sabes qué es la indiferencia? Irás a internet o al diccionario, leerás la definición, repetirás palabras de funcionario de la Academia, pero olvidas la única definición válida, esa que no conoces, porque nunca la has sentido en carne propia: la que brota de la vida misma y veo en tus ojos.

Santos Discépolo nos habla de la indiferencia como casi nadie y Gardel la sitúa en nuestra memoria: «Cuando rajés los tamangos / Buscando ese mango que te haga morfar… / La indiferencia del mundo / Que es sordo y es mudo / Recién sentirás

Me miras evocando la música del tango, sin entender lo dramático que resulta para mí percibir tu mirada vacía, situada en el infinito, más allá de la oscuridad de la noche y de los silencios. Dices que me miras, pero no es así, porque has decidido renunciar a todo y no lo sabes, porque no puedes percibir mi amor, no oyes mis silencios ni entiendes mis palabras.

Tal vez la indiferencia es algo como la locura que se va apoderando de mí en la medida que avanzo en este diálogo, esa barrera de la realidad y la ficción, sin saber qué es cada cosa.

¡No te vayas! Te estoy hablando, no puedes irte así no más, como si nada pasara, como si yo no existiera ni hablara.

«Indiferencia» decías…

Y he quedado solo, la puerta abierta movida por el viento.

En la radio canta Lucho Barrios: «Odio quiero más que indiferencia, porque solo se odia lo querido».

Pero ¿ni odio merezco?

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