CONSTRUYENDO DEMOCRACIA: entre el amor y el miedo

Jaime Hales

Hace un tiempo escribí un artículo sobre el miedo. Permanentemente nos encontramos con personas que anuncian catástrofes, tiempos difíciles, crisis económicas, violencia generalizada, a veces el fin del mundo, otras solamente algo terrible innominado. Mi hipótesis al respecto es que esas personas necesitan figuración y poder, porque al aterrar a otros ellos pretenden ser los únicos que pueden tener los mecanismos de salvación. La secta de Antares de la Luz estaba en esa línea. Todos sus seguidores estaban convencidos de que solo él podía guiarlos a la salvación frente al cataclismo que se avecinaba. Y él, para demostrar su poder, hacía cosas como aquel sacrificio humano que permitió procesar a algunos de sus seguidores. No hubo condena, pues ellos estaban completamente alienados por este líder del terror. Y como él, muchos otros, algunos buenos y otros malos, pero todos advirtiendo que este mes o esta semana o este año, habrán de suceder cosas terribles ante las que tenemos que estar preparados. Y sólo nos preparamos si ponemos atención a la luz cual o a la oración de tal santo. El miedo.

Nuevamente el miedo, penetrando por todos los rincones de la sociedad, apoderándose de persona solitarias o agrupadas, de jóvenes y viejos, de mujeres y de hombres. El miedo como instrumento de poder. Porque si yo logro que todos se asusten y yo no estoy aterrado, los demás se someterán a este poder que me permite enfrentar a los malos, al asustador, al “cuco” de la infancia.

Llegarán los malos y entonces, grita el desesperado, “¿Quién podrá defendernos?”. Y serán el Chapulín Colorado, Superman, Batman, Antares. Alguien milagroso, heroico, poderoso, que habrá de vencer los peligros y que se consagrará como el único (la única) capaz de salvar al país, al planeta, a la ciudad o a mí. Son los héroes virtuosos (frase clave para que la iglesia católica proclame a un beato o a un santo), aquel que expone su vida para protegerme cuando yo tengo miedo y me siento paralizado.

En tiempos de elecciones hay muchos que trabajan el miedo como su arma principal. Lo han hecho todos en algún momento, con mayor o menos gravedad, con menor o mayor éxito. La campaña del terror de 1963-1964 fue tan intensa que hasta sus propios autores se asustaron y cuando se dieron cuenta que su héroe no era más que un paquete que anunciaba cuajarones de sangre por la ciudad, lo abandonaron aterrados y estuvieron listos a dar su apoyo a quien nada les dio a cambio. El miedo fue terrible y resultaron víctimas de sí mismos.

Y luego siguieron con el tema del miedo. Unos anunciaron el miedo a los comunistas. Otros proclamaron el miedo a volver al pasado. Y entonces cuando lo importante parecía ser no “dar ni un paso atrás”, se produjo el estrellón que nos llevó por un despeñadero. Y algunos, nuevamente asustados por sí mismos, se armaron primero y luego incitaron a los militares, quienes actuaron como si hubiera un enemigo en armas en su contra. Todo por el miedo. Y la población se aterró y, gracias al miedo, la situación se prolongó, pues cuando en algún momento pareció que se regresaría al cauce, los que encabezaban el proceso se acomodaron, aterrados. Y hubo una primera campaña – plebiscito – en la que el miedo se confrontó con el anuncio de que venía la alegría. Y esa esperanza movió las energías para el cambio, que fue importante, pero no suficiente, ya que el “acomodo” acomodó a todos los actores principales, mientras los secundarios y extras – el pueblo se le decía antes – no tuvieron más que esperar el desarrollo de los acontecimientos. Pero, pese a todo, se fue plasmando un tejido y la sociedad rearmó propuestas; se abrió el trabajo cultural; el mundo holístico – antes esotérico, ahora exotérico – comenzó a ocupar un espacio importante. Como dicen todos ahora, “el país cambió” y eso exigía una recomposición de las alianzas y de los programas, repreguntarse qué es lo que hay que hacer para avanzar hacia esa sociedad de justicia, de participación, de respeto por las personas.

Entonces de nuevo el discurso del miedo a los comunistas, que hoy no superan el 5%. Y se trata de que hay que cuidarse de ellos y si bien no se comen las guaguas ahora, “quieren echar todo por la borda”como dijo un ex ministro. Se nos metió miedo con su llegada al poder, con un ministro y un par desubsecretarios y los políticos se asustan y los presidentes de partidos lanzan anatemas. Pero el miedo mayor quedó casi subliminal, cuando uno candidato que trabajaba el miedo a los comunistas dijo, en referencia a si acaso estaba o no arrepentido de haber servido a un régimen que violaba los derechos humanos: “Yo espero que nunca se den de nuevo las condiciones para que eso pase”.

Es decir, ahora tenemos que tener miedo que algunos señores, refugiados en los contrafuertes de la cordillera, se vuelvan a alzar mandando a sus soldados por delante. Y así sigue el cuento.

Lo que se opone al miedo es el amor. Yo no soy candidato, gracias a dios, pero llamo a definir posiciones no desde el miedo a que salga tal o cual, sino desde una propuesta amorosa para la mayoría de los chilenos. Ojalá para todos, pero parece que siempre habrá descontentos con un programa u otro. Pero si una buena mayoría se siente feliz, tal vez se alcance una masa crítica suficiente como para que todo vaya cambiando.

Es la hora del amor y no del miedo, es la hora de atreverse a decir lo que queremos y no callar por temor ni elegir males menores. Trabajemos democráticamente, convencidos de que tenemos derecho a proponer, a participar, a intentar ganar adeptos para construir algo nuevo y no sólo a evitar que alguien que tiene ideas que nos gustan pueda llegar a ser presidente.

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