
Autor: jaime hales


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Jorge Brower, Rocío Alorda, Flavio Quezada y Jaime Hales.
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Mirar hacia el futuro
En el camino de Acuario
Mirar hacia el futuro
Jaime Hales
La política moderna, debido a la velocidad de las comunicaciones, la intensidad de las necesidades, la sensación de urgencia de los cambios, exige tener los pies puestos en el presente, pero la mirada instalada en el futuro. El juego del tiempo en política debe consistir en conocer el pasado para no repetir errores; estar situado en el presente para solucionar las urgencias; y avanzar hacia la construcción de un mundo mejor en el futuro cercano.
Pero uno de los más graves problemas de la política contemporánea – en todo el mundo probablemente – es que los políticos se instalan sólo en el presente, con sus pies muy apernados y quieren seguir allí, reaccionando ante lo inmediato pero sin saber hacia dónde ir o, mejor dicho, tratando de no ir a ninguna parte, sino quedarse en un presente en el que los cambios pueden ser cosméticos, que no alteren el fondo y los pilares de un sistema . Para cumplir ese objetivo recurren a todos los métodos posibles. Su horizonte es sólo la siguiente elección y sólo les interesa ganar, cualquiera sea el costo que el pueblo deba pagar.
La disputa por el poder es de una intensidad brutal, estando algunos dispuestos a hacer todo lo que esté a su alcance por mantenerse y otros cuanto les sea posible para alcanzarlo. Eso, que ha ocurrido siempre en toda la historia de nuestra actual humanidad (resumamos en los últimos 10 o 15 milenios), no ha cambiado, pese a que muchos quisiéramos que en estos tiempos el poder no sea para servirse de él sino para servir al pueblo.
Pero no es así.
Si miramos la contingencia actual, en el mundo como globalidad, podremos observar que la ambición supera la vocación de servicio y los intereses de los gobernantes olvidan el interés de las mayorías.
El caso de Venezuela es quizás el mejor ejemplo de ello. El gobernante, con su equipo de apoyo, han instalado una dictadura (no diré brutal dictadura, porque todas las dictaduras son brutales) a la cual, como lo hacen la mayoría de los tiranos, quieren darle apariencia democrática. Las últimas elecciones dejaron al desnudo el fraude, no solamente en el 2
recuento de los votos, que fue la “guinda de la torta”, sino en todo el proceso electoral durante el cual impidieron al candidato opositor hacer la campaña como correspondía.
La desgracia es que cuando los caminos democráticos se cierran y la represión arrecia, lo que comienza a justificarse es el uso de la violencia, con el objetivo de impedir la prolongación de la dictadura. Pero eso trae sólo una escalada que no tiene buen final. Cuando el pueblo se siente ahogado, estalla, pero sin conducción democrática, sin canales de expresión, sin liderazgos reales, termina sólo en episodios violentos que, muchas veces favorecen al sistema elitista en curso o en una nueva dictadura.
El caso de Nicaragua es una manifestación clara de lo recién dicho. Para terminar con la dictadura que existía allí, surgió la guerrilla y fue una lucha larga y durísima. Pero eso finalmente trajo, después de breves y tímidos episodios democráticos conducidos por una elite, una nueva dictadura, esta vez ejercida por los que habían luchado contra la dictadura de Somoza. Porque los que usan la violencia, finalmente recurren a ella para resolver todos sus problemas.
Cuba ya tiene su dictadura como forma de vida entronizada. Se temió que estallara una violenta rebelión cuando Fidel dejara el poder. Pero hicieron una transición de personas suficientemente ordenada, porque entre las fuerzas armadas y el Partido Comunista lo controlan todo. ¿Cómo se accederá a la democracia? ¿O esa es una realidad inamovible?
Ninguna de estas dictaduras mira hacia el futuro. Simplemente administran el poder que tienen y no quieren soltarlo.
Y con las democracias elitistas pasa lo mismo. Miran sólo el presente, funcionan sobre la base de encuestas y buscan soluciones inmediatistas. En el caso de Chile se ha llegado al ridículo de reaccionar dictando leyes contestarias a incidentes focalizados. Un perro maltratado, ley. Un niño atropellado, ley. Si miramos bien la legislación anterior a esas leyes emergentes, ya todo estaba cubierto antes. Un claro ejemplo es lo que pasa en el tránsito vehicular. Ante la gran cantidad de accidentes, se rebajó la velocidad en zonas urbanas de 60 a 50 kilómetros por hora como máximo. Pero los accidentes no se producían a 60, sino por los excesos de velocidad, a veces a 100 kilómetros por hora o más en calles de la ciudad o en las autopistas urbanas. Es decir, la ley es innecesaria e inútil. Y eso es porque se piensa con los pies clavados en un presente, sin comprender en el pasado ni mirar hacia el futuro. Para evitar los accidentes, son mejores los mecanismos de control preventivo y las sanciones a la infracción de la ley aunque no haya accidente.
Pero las legislaciones importantes, como el tema de las pensiones, el desarrollo de la educación y la cultura, la participación del pueblo organizado, el desarrollo de las zonas deprimidas del país, la protección del medio ambiente, cuestiones que tienen que ver con el futuro, no encuentran cabida.
Cuando miramos otros países, los grandes y poderosos del mundo, constatamos la existencia de un modo de organizar las sociedades en torno a la economía, de manera que excluye las necesidades de las personas en una perspectiva futura.
Sólo se piensa en el hoy, en lo inmediato y no en organizar las cosas para que la vida se desarrolle de mejor forma; el objetivo es cómo mantener a los ciudadanos adheridos a una forma de vivir que, en lo posible no sea cambiada. Y asegurar que estén lo más endeudados
posible, pues eso los obliga a tratar de que nada se mueva, que nada se altere, para no generar inestabilidad en los ingresos propios y poder pagar todo lo que se debe.
El futuro se visualiza sólo como la mantención del presente.
Las discusiones políticas en la principal potencia mundial entre los dos partidos que se enfrentan en las próximas elecciones, radica en si mirar más el pasado o solamente el presente. Porque su presente y su futuro consisten en “hacer más grande a los Estados Unidos”, es decir, acrecentar su poderío mundial y el enriquecimiento propio, tanto de sus conductores como de la elite que los respalda.
No hay otra mirada. Se persigue mantener el gasto en armas, seguir actuando de modo imperialista para garantizar el éxito de sus negocios, perseverar en la creencia que la felicidad se logra solamente con tener más cosas. Claro, entre los bandos internos en pugna discrepan en el tono con que se harán las cosas. Biden trataba de convencer a los gobernantes aliados y a sus adversarios de seguir las propuestas del imperio. Trump amenazaba: a los aliados con ahogarlos si no obedecían y a los adversarios con destruirlos. El mismo ha contado que cuando un grupo terrorista estaba activando sus métodos, él llamo al Jefe para decirle: “Yo sé dónde viven su esposa y sus hijos”. Y se acabó el peligro.
No interesa, a la inmensa mayoría de los que tienen el poder, otra cosa que los mecanismos de mantención de sus cuotas. Esa es una de las tragedias de la política moderna, sustentada en que se supone que el mundo ya está hecho y que la idea de construir una sociedad en que haya justicia, paz, libertad, fraternidad no es más que una quimera. Los que sostienen los hilos del poder – y con ellos se sostienen a sí mismos – nos quieren restar de la tarea grande de construir un mundo en el que puede haber todo lo que hoy solo tienen ellos.
Miremos el futuro: para eso fijemos nuestras expectativas de una sociedad diferente, donde los problemas puedan ser solucionados desde una ética humanista, con respeto por la persona, orientando nuestras acciones con esos criterios y no con la escala de valores que hoy se nos impone: el individualismo, el materialismo, la ambición desatada, la acumulación de riqueza en pocas manos, la justificación de la existencia de los pobres como un hecho inevitable.
Es necesario terminar con eso.
Algunos hablan de nuevas generaciones, de la necesidad del surgimiento de nuevos liderazgos. Esto no se trata de líderes individuales, sino del surgimiento de organizaciones que sean capaces de proponer soluciones que articulen presente y futuro. Le temo al discurso de que son necesarios nuevos líderes. Porque, la historia lo ha probado, la mayoría de los lideres terminan trabajando para ellos, convencidos de que la historia pasa por su protagonismo. En Chile decimos, cuando sólo se trabaja para el presente, “pan para hoy y hambre para el mañana”. Lo que debemos hacer es completamente diferente.
Lo mismo pasa con creer que solamente basta con abrir paso a los jóvenes. Eso hay que hacerlo, sin duda, pero siempre recogiendo, más que las personas nuevas, las ideas diferentes que abran espacio para las mayorías. En la actualidad podemos ver en muchos sectores jóvenes ciertas conductas que no son más que la expresión del estilo de vida impuesto desde las elites. Observo y constato muchos comportamientos de jóvenes que no valoran ni a las personas con quienes se relacionan ni al sistema democrático.
Porque el tema de la búsqueda de respuestas no depende de la edad: es transversal a todas las edades y a todas las condiciones humanas. Jóvenes y viejos, ricos y pobres, artistas e intelectuales, científicos y campesinos, mujeres y hombres, heterosexuales y homosexuales, todos, todos, podemos crear esa sociedad donde cada uno es apreciado por sí mismo y no por lo que tiene y donde imperan la justicia y la paz.
Es necesario terminar con la violencia. Como decía Jaime Castillo Velasco, la verdadera revolución que requiere el mundo no es violenta ni catastrófica, sino un cambio global, profundo y que actúe sin demoras, pero sin desesperación.
¿Cómo hacerlo para lograr el fin de las dictaduras? ¿Cómo terminar con las democracias de elites para tener una mejor democracia? El objetivo debe ser una sociedad diferente, sustentada como decía, en la justicia, la libertad y la fraternidad o solidaridad. El camino para conseguir está en promover el desarrollo de la conciencia de lo que cada uno puede hacer por el mundo que lo rodea, generar espacios de diálogo y entendimiento, promover la organización social, incrementar y mejorar la formación ética, la educación cívica y el sentido de pertenencia a la comunidad.
Para terminar con las dictaduras la lucha debe darse en el marco de la desobediencia civil y la “no violencia activa”, estrategia que acosa y desespera a las dictaduras. Eso, que popularizó Gandhi hace 80 años, fue usado también para hacer caer al emperador de Persia en los años 70. Y muchos pueblos requieren de organización para hacerlo.
Para terminar con las democracias de elite y crear democracias donde el pueblo participe de verdad, además de lo recién dicho, debe fortalecerse la organización y crear espacios de diálogo social que presionen sobre los esquemas de las minorías. Sindicatos, Juntas de Vecinos, organizaciones de profesionales, agrupaciones de la cultura, movimientos de profesores y estudiantes, en fin, grupos transversales que permitan ejercer un grado de poder al servicio de los intereses de las mayorías.
Lo que hay que erradicar es la violencia en la sociedad, en todas sus formas e invertir en lo que produce bienestar a la sociedad como conjunto.
Alguien me ha dicho, comentando amistosamente mis artículos anteriores, que tengo una obsesión respecto de las instituciones armadas. Es algo parecido a eso.
Mi obsesión es respecto de aquellos que creen que la violencia es la solución de todas las cosas. Mientras sostengamos un pensamiento así, no avanzaremos como sociedad, porque estamos creando bandos enemigos, rabias de unos contra otros, desconfianzas. En la sociedad contemporánea se ve al que piensa distinto como un enemigo.
Otro amigo y pariente me decía hace unos días: “Te has puesto comunista” haciendo justamente alusión a estos artículos en Edicola News. ¿Por qué, primo, me dices eso?, le pregunté. Y su respuesta fue: es que no te gusta el capitalismo liberal. Y claro, no me gusta porque se construye desde la injusticia, dejando al Estado una labor asistencial para suavizar los dolores de una injusticia social que podría evitarse. Entonces se estigmatiza. Porque se divide al mundo entre bloques, sin pensar en que más que buscar un extremo u otro, podamos convertir la línea recta de las oposiciones en una figura que no tenga extremos sino vértices, pero entonces lo que importará no serán esos puntos sino el espacio común en el que podemos convivir.
Quienes sólo miran el presente no se pueden dar cuenta de lo que ha sucedido antes y de cuán excesiva es la duración de la injusticia entre los seres humanos; de cuánto daño han hecho las ambiciones de poder y dinero; de la inmensidad de dolor que han traído las guerras.
El discurso de “tanto tengo, tanto valgo” es la inspiración de la delincuencia, del ladrón callejero, del ladrón de los salones elegantes; del que actúa solitario y del que se organiza para delinquir.
El discurso del “Lo hago porque puedo”, es la típica prepotencia de los poderosos, de los que saben que nada les pasará cualquiera que sea su comportamiento. A nivel de países, puedo decir que eso es lo que ha creído Rusia con su acoso e invasión a Ucrania, luego de la anexión de Crimea. O es lo que ha hecho Estados Unidos de Norteamérica cuando ha intervenido en países de América Latina, “su patio trasero”, ya sea invadiendo u organizando golpes de Estado u otros crímenes. La sola existencia de Guantánamo como centro de prisión y torturas revela su convicción de que no cede ante ninguna presión de los que demandan justicia, libertad, paz, entendimiento.
Israel, con su proceso de colonización del territorio de Palestina y el intento persistente de exterminar a los habitantes que estaban antes de su invasión – fraguada por los poderosos de occidente – reclama del imperio el apoyo para seguir con sus políticas. Débiles reprimendas de un presidente Biden que expresa una cierta dosis de humanismo, pero que no se atreve a impedir que siga ese genocidio, como sí lo ha hecho en otros lugares en que su conveniencia está en favor de las víctimas, revela que más que los principios y valores, a los poderosos los mueve sólo su interés por tener más riqueza y más poder.
Porque olvidan la historia y no saben construir un mundo diferente. Sólo quieren acumular más y más poder.
El camino de hoy tiene que ver con profundizar la democracia.
Eso es mirar el futuro: ¿Cuál es la sociedad que queremos construir? ¿Cómo queremos que vivan las personas en el país? ¿Cómo queremos relacionarnos? Y cuando tengamos esas respuestas, comenzaremos a buscar el hacer eso realidad.
No es una quimera. Puede ser una utopía. La quimera no será verdad porque se basa en presupuestos equivocados. La utopía no existe hoy, pero puede existir. Y es tarea nuestra, de los viejos y jóvenes que estamos vivos hoy, mujeres y hombres, poner la energía al servicio de ello.

Algo más de las Eras Cósmicas
Algo más de las Eras Cósmicas
En artículos anteriores me he referido a la crisis de la democracia en el mundo entero, aunque
particularmente mirando la situación de América Latina y Chile.
En la década de los años 70 había dictaduras militares en muchos países del mundo. Fue el
modelo exportador de los imperialismos, pues mediante la presencia de gobernantes rendidos
a sus pies podían manejar mejor los asuntos de su interés. Cuando algún dictador se pone
díscolo al imperio, éste lo sabe presionar o, por último, lo sustituye por otro. Esto ha sido
posible verlo con claridad en Argentina, Bolivia, Panamá, Nicaragua y Perú con toda claridad.
Cuando estaba vigente el imperio soviético sucedía lo mismo, aunque en verdad, salvo los
casos de Hungría, Checoeslovaquia y al final Polonia, los tiranos locales se portaban bien con
los jerarcas imperiales.
Cuando Pinochet trató de enfrentarse a Washington, las presiones obligaron al dictador a
hacer concesiones, como expulsar chilenos para que fueran procesados por narcotráfico en
Estados Unidos, ordenar investigar en Chile el asesinato de Letelier y declarar no amnistiable
ese delito, generar espacios para elecciones libres y, finalmente, respetar su propia
Constitución reconociendo la derrota en el plebiscito de 1988.
Con Chávez no pudo, pues aunque hizo todo lo posible para lograr su derrocamiento e incluso
movió a los demás gobiernos del continente (Lagos, entre ellos) a apoyar el golpe de Estado
producido en Venezuela, finalmente no pudo y Chávez regresó al mando, pues los militares
venezolanos prefirieron la lealtad – y el pago que recibían por ella – con su jefe de Estado que
la defensa teórica de una democracia que a ellos no les parecía relevante. Porque, sabemos,
a los militares no les interesa mucho la democracia.
Tampoco ha podido con Cuba ni con Nicaragua post Somoza y post Chamorro, donde aún
campean dictadura rebeldes al poderoso.
Pero en el resto, ha ido logrando imponer su modelo de democracia vigilada (o protegida
como decía Pinochet, o semi soberana como la ha motejado en su visión crítica Carlos
Huneeus) y el esquema económico neo liberal que fomenta el individualismo, la disminución
de la intervención del Estado y la entrega del manejo económico al mundo privado.
Chile se ha rendido a sus pies y los políticos no han sido capaces de hacer los cambios
necesarios para que la sociedad vaya avanzando hacia mejores formas de vivir. Para los
sostenedores del modelo norteamericano en nuestro país, eso es lo mejor que nos puede
pasar, confiando en que cuando los poderosos sean muy, pero muy ricos, de la copa rebasada
caerán algunas pocas gotas para las mayorías. Ya está probado que la copa se ensancha junto
con las riquezas de los poderosos.
Si nosotros nos detenemos a observar lo que pasa en el país, podremos ver con claridad que
junto con mantenerse el modelo político y económico, los políticos se han ido aislando de su
contacto con el pueblo y la derecha se ha desatado de modo salvaje para desacreditar todo
intento de cambio. Pero también, con un gran manejo de prensa, se habla de la incapacidad
del gobierno para combatir la delincuencia, insistiendo con desparpajo, que para terminar con
la delincuencia deben intervenir las fuerzas armadas y declararse estado de sitio en todo el
país. La frase es: la democracia es incapaz de defender a los ciudadanos. Es decir, se clama por
la necesidad de una dictadura. Claro, encubierta, tal vez manteniendo un presidente civil, pero
entregando el poder real a los militares. Las críticas a la actual ministra del Interior tienden a
generar la idea de que si se designa a un nuevo ministro todo entraría en calma. Ningún
ministro del interior puede por sí solo detener la comisión de delitos. Un cambio allí no ayuda
en nada si no hay otras medidas antes. La policía militarizada que recibe el nombre de
“Carabineros de Chile” (para diferenciarlo de los carabineros de Italia de donde se copió el
nombre y el modelo hace casi 100 años) pide, directamente y por medio de los voceros de la
derecha, que se les den más atribuciones para actuar contra la delincuencia. Con las
atribuciones que tienen pueden actuar: lo que quieren es licencia para detener sin órdenes,
mantener detenidos más allá de los plazos, disparar sin mediar agresión previa. En fin: tiro
ligero e impunidad como en tiempos de dictadura.
Todos los caminos, como vemos, conducen al mismo punto de llegada: terminar con la
democracia pues ella no es el sistema adecuado para frenar a los delincuentes.
Coincido con muchos en que la concertación y sus sucesores no han sido capaces de cumplir
sus promesas en muchos sentidos. También coincido en que el modelo político, económico y
cultural promueve el individualismo y el aislamiento de las personas, activa más la
competencia que la colaboración y desincentiva a quienes deberían participar en las grandes
decisiones locales y nacionales. La democracia precaria que se nos ha impuesto desde la
dictadura y bendecido por los gobernantes posteriores no se combate con violencia, sino con
más democracia. Es decir, del modelo sesgado de carácter meramente representativo se debe
acceder a un intento de modelo participativo en el cual se combinen las representaciones con
los mecanismos que permitan recoger las proposiciones populares.
Pareciera ser que los grandes problemas del país tienen que ver con la economía y con la
seguridad. Esos son los más notorios, los que aparecen en la prensa y los que ocasionan mayor
angustia en el común de la población. Pero hay temas que exceden de eso y tienen que ver
con los valores que sirven de pilares para la convivencia: temas relativos a la educación, a las
relaciones humanas, al desarrollo de las personas, al respeto de los derechos de los demás, a
la importancia de la vida barrial y comunitaria, a la experiencia de colaboración y no sólo de
competencia. Estas son algunas de las cuestiones centrales que están en el trasfondo de todo
lo demás.
Me explico: si acaso el tema del bienestar económico se convierte en un objetivo por sí mismo,
sin consideración de los otros elementos que señalo, todo parecerá estar permitido pues el
“fin justifica los medios” que se puedan usar. Entonces, las coimas, sobornos, la corrupción de
las personas encargadas de tomar decisiones sobre qué y cómo comprar para el Estado o para
una empresa.
Si para ganar dinero una persona puede instalar negocios lucrativos aunque la ley los prohíba;
o violar las normas que rigen la convivencia simplemente porque puede o porque no hay
sanción suficientemente dura; entonces, parecerá que cualquier cosa es posible y los permisos
requeridos – por ejemplo para portar armas, para construir, para instalar negocios que
requieren control sanitario o de protección el medio ambiente – no tienen importancia
cuando se consigue mediante distintos procedimientos no ser controlado adecuadamente.
Y esto va en distintas materias: desde la falta de respeto de las leyes del tránsito y la
convivencia vial por parte de peatones, ciclistas, motoristas, automovilistas, conductores y
usuarios de locomoción colectiva hasta la construcción en las dunas, las colusiones
empresariales, el mal uso y la apropiación de recursos públicos por parte de militares y policías
en servicio activo, el tráfico de armas y de drogas.
Pero de eso poco o nada ocupa la atención de las autoridades y de la sociedad, porque lo que
importa es la delincuencia más espectacular, sin entender que ella tiene posibilidades de
existir porque el deterioro ético de la sociedad le genera un marco de permiso sutil.
El tema de la delincuencia y del crimen organizado se inserta en este marco. Se alude mucho
al tema de los inmigrantes. Eso es parcialmente cierto, porque en verdad muchos de los
grupos organizados dedicados al delito están integrados por extranjeros. Pero también la
llegada de inmigrantes, que es parte de la historia de cómo se constituye la sociedad chilena,
ha sido un aporte muy positivo para la construcción de la sociedad. Basta ver los apellidos de
los chilenos para darnos cuenta de la enorme presencia de alemanes, italianos, suizos,
franceses, árabes, polacos, rusos, chinos, japoneses. La migración de los países americanos
hacia Chile se gesta en forma masiva tanto por la situación de la economía en los países de
origen de las personas, pero también por la debilidad del funcionamiento institucional a partir
de la precariedad ética que he señalado antes. La entrada clandestina o simplemente irregular,
la ineficacia del aparato estatal para los trámites de migración, la incapacidad de ejercer el
control de cumplimiento de las leyes, la ineficacia y la corrupción policial, colaboran en el
mismo sentido.
El crimen organizado en Chile cuenta con la presencia de extranjeros, pero también de
chilenos. El tráfico de drogas – Chile ha pasado de ser solamente un pasadizo de la droga a ser
un espacio comercial muy apetecido por el alto consumo en todos los niveles – ya existía en
Chile antes de la última ola migratoria. Pero es verdad que se ha intensificado, tal como sucede
con la comisión de otros delitos que han ido en aumento. De hecho, el homicidio y los asaltos
eran en general delitos que se cometían con “arma blanca” es decir, cuchillos. Sin embargo, la
proliferación de armamento de fuego, desde pistolas de bajo calibre hasta metralletas, ha
generado que estos delitos se cometan con mayor gravedad y espectacularidad.
Cuando hablamos del uso de armas de este tipo, estamos obligados a poner atención en que
muchos de estos armamentos provienen de arsenales policiales o militares. El más sonado
caso que se nos viene de inmediato a la memoria es el robo del armamento que estaba
guardado en las dependencia de la comisaría de Carabineros de Providencia.
Hoy los homicidios y asaltos son con armas de fuego y se desarrollan con dos características
adicionales: violencia manifiesta y sin límites, por una parte y, por otra, la presencia de muchos
menores de edad.
La falta de perspectivas y posibilidades para muchos jóvenes, el dinero fácil que se promete,
la impunidad de muchas acciones criminales, el liderazgo de los jefes de las agrupaciones
criminales, atrae a ese grupo etáreo en los sectores marginales de la sociedad. Y mientras esos
jóvenes cometen esos delitos, en los sectores de mayor nivel económico de la sociedad
aumenta el consumo de drogas.
No podemos negar que muchas veces hemos escuchado discursos políticos que justifican el
delito en diferentes ámbitos. Ya sea en los sectores de la derecha o de la izquierda. Con
diferentes argumentos se va explicando que no hay otras conductas posibles; o que las cosas
no son tan graves; o que los responsables son siempre otros. Ése es justamente el mayor
problema de la sociedad chilena hoy en día: que todos se sienten justificados. Cuando vemos
a un Alcalde tratando de explicar los delitos por los cuales está imputado en un contexto
ideológico; o vimos antes a un subsecretario de Pesca diciendo que no veía nada malo en
seguir recibiendo dinero de las empresas del rubro; o aquel que explica las evasiones en el
Metro o en los buses con la invocación de la pobreza o la inevitable rebeldía estudiantil ante
las alzas; o los empresarios que dicen que ponerse de acuerdo con otros empresarios del
mismo tema no puede ser un delito; no podemos menos que alarmarnos por la laxitud moral
para eximirse de la responsabilidades de sus actos.
¿Dónde están las salidas?
Un amigo, intelectual chileno, me hablaba hace unos días acerca del tema de los delitos
violentos, a raíz de que un pariente suyo había sufrido un asalto de ese tipo, en el que
afortunadamente no resultó con lesiones. Me decía que esto ya era inaceptable y que él quería
que las autoridades tomaran medidas drásticas. En su pasión argumental, afirmaba que el
gobierno no estaba haciendo lo que debía hacer y proponía cambiar a la ministra del Interior.
Luego agregó que sería necesario que actuaran los militares mediante una declaración de
estado de sitio. Y la guinda de la torta fue invocar que la mano dura debía considerar todo lo
necesario para que no volvieran más a delinquir estas personas y se desincentivara a los
demás potenciales delincuentes, recordando que en las dictaduras se puede ser más eficiente
en este tipo de asuntos.
Es entonces cuando me pregunto: ¿Hasta qué punto todo esto que he expresado previamente
pone en peligro la democracia? Porque si alguien que es demócrata, intelectual, con edad
mayor como para que se espere ponderación y madurez, reacciona así, evidentemente que
no podremos esperar otra cosa de gente con menos formación.
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No es la delincuencia la que pone en riesgo la vida democrática, sino los políticos, los
dirigentes de la sociedad, las personas de mayor cultura, que no son capaces de enfrentar este
ambiente de desidia ética en el que se enmarca el delito. Cuando alguien comete infracciones
“porque puede hacerlo sin sanción”, está dando la señal de que es cosa de “poder “ hacerlo y
basta.
Añorar una dictadura es atroz, porque ya sabemos que en ella no sólo no se aplaca el delito,
sino que se incrementa la inseguridad ciudadana por otras razones. Es verdad que cuando hay
autoridades que no se sujetan a más ley que la de su sola voluntad, los delincuentes pueden
ser reprimidos sin sujetarse a las normas propias de un Estado organizado y que respeta el
derecho. Pero eso abre paso a la arbitrariedad.
En Chile debe cumplirse la ley. Si las leyes son malas, habrá que mejorarlas. Eso es
responsabilidad del gobierno y del Congreso Nacional. Pero las leyes no resuelven todo por el
mero hecho de haberse publicado. Es necesario que las leyes sean respetadas por todos.
Partiendo por las autoridades, que es lo propio de las democracias, donde quienes ejercen
cargos deben ajustarse a procedimientos establecidos y no pueden actuar a su mero deseo.
En dictadura, un grupo de traficantes de drogas fue detenido. Sin mediar juicio ni
procedimiento alguno, esas personas fueron puestas a disposición de agentes del FBI de
Estados Unidos, quienes se las llevaron del país. Eso en una democracia no se puede hacer.
Para que las cosas funcionen, la autoridades deben cumplir con su deber. Fiscales que
investiguen con policías honestas y reúnan pruebas suficientes. Jueces que actúen de modo
independiente y tengan la protección suficiente para que no sean intimidados por los
delincuentes. Un sistema de cárceles que permita la rehabilitación de los condenados y su
correcta reinserción social. Una sociedad que acoja a las personas que han cumplido sus
sentencias y quieren tener un espacio legítimo para desenvolverse.
Para conseguir todo ello se debe hacer un trabajo profundo y de largo plazo, donde lo primero
sea conseguir que el conjunto de las personas entienda que cada uno es responsable de sí
mismo y de su entorno y que se fortalezca la organización democrática desde la base social.
Cuando las personas tienen un espacio para comprometerse con su mundo inmediato y se
pone de relieve la capacidad de concordar soluciones, la sociedad entera se beneficia. Eso se
llama “democracia participativa”, donde los ciudadanos y los habitantes de un lugar no sólo
deben cumplir con preceptos mandatados desde fuera, sino que generan un modo de vivir
más armónico en el cual todos pueden intervenir para, entre otras cosas, evitar o combatir el
delito. Eso es un esfuerzo del mundo político por generar espacios democráticos y fortalecer
la educación social con sentido cívico.
Pero ya lo dije: es tarea de largo plazo. Un esfuerzo sistemático y organizado por conseguir
cambiar los patrones culturales reales en los cuales nos desenvolvemos, con el objetivo de
construir pilares morales y éticos suficientemente sólidos. Y aunque sea en “largo plazo”, el
trabajo debe comenzar hoy.
Pero hay una cuestión previa y urgente que se da en dos planos: mejorar la prevención del
delito y conseguir que las instituciones cumplan cabal y honradamente sus cometidos. Eso
facilitará una de las mayores tareas urgentes de este tiempo: desarticular el crimen
organizado.
Para la prevención debe existir un aparato de análisis de inteligencia policial a cargo de una
oficina especializada que no tenga otra función que esa y que se nutra de la información que
recabe a través de todos los intervinientes en el tema. Eso es un aspecto.
El otro aspecto es que debe haber una policía cuya finalidad sea la vigilancia y la prevención
orientadas a la seguridad de la población del país. ¿Existe hoy? Si y no. Existe la institución,
pero esa función se ha desdibujado. Me refiero a carabineros.
Esta es una policía militarizada cuya finalidad principal debe ser la vigilancia de las calles en
el sentido de lograr la prevención de los delitos y la disuasión de quienes quieren delinquir.
Para eso deben estar en las calles, recorriendo y entregando una vigilancia permanente. En
Chile hay aproximadamente 43.000 funcionarios de Carabineros, pero ellos no actúan
prioritariamente en prevención.
Tal vez el número debe ser mayor, pero todos deben concentrarse en unidades policiales que
cubran todo el territorio y actúen, debidamente coordinados con la oficina de análisis de
inteligencia policial, por presencia en las calles, con patrullajes constantes y vigilancia en
puntos críticos, debidamente armados y alejados de toda otra función. Eso significa que los
funcionarios no deben cumplir tareas de administración, las que deben ser desempeñadas por
personal civil, pasando ellos a integrarse a funciones de acción policial. Tampoco deben
realizar funciones de investigación, las que deben centralizarse en una policía especializada
en investigar los delitos. Los funcionarios que ahora cumplen esas labores deben cambiar de
institución. Las fronteras deben estar a cargo de otros grupos policiales dedicados a eso
exclusivamente. El cuidado de personas importantes – como se llama ahora – y la guardia de
Palacio, debe radicar en personal ajeno a Carabineros. Y todas las otras funciones como
bienestar, hospitales, atención de vehículos, debe estar a cargo de personal civil.
Nadie hasta ahora se ha atrevido a proponer esto en el ámbito político o de gobierno. Esto
sería reorganizar la policía y es algo que se puede hacer en forma muy rápida, dejando de lado
el discurso emocional de “nuestros carabineros” y todo aquello que lleva a hablar de mártires
cuando las personas mueren en cumplimiento del deber.
Las medidas concretas pueden tomarse casi todas por la vía administrativa y no hacerlo es
nada más que postergar lo urgente por miedo a que haya sectores que se encabriten porque
se toca a una institución que se ha sacralizado.
La sociedad necesita organizarse y democratizarse. Es verdad que hay mucho que hacer. Pero
en la urgencia es mucho lo que se puede avanzar, aunque la Constitución pinochetista siga
poniendo trabas, porque son asuntos que están en el ámbito de la administración. No se
requieren ni muchos más recursos económicos ni permisos de nadie.
La democracia está en peligro, porque los que dirigen el país han caído en el peligroso juego
de escuchar cantos de sirena y temer a enemigos velados.
Este es el momento de actuar.

CLUB BIENESTAR
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Notaría Hales

Carta publicada 18 julio 2024 en EL MERCURIO

Crisis de la democracia: de la imitación al fiasco. Por Jaime Hales
Es indudable que vivimos una etapa crítica para la democracia en el mundo. Chile y América Latina son ejemplos evidentes de la distancia que los pueblos están tomando respecto de las instituciones democráticas, dejando de manifiesto una pérdida de confianza en los políticos y en las estructuras del Estado, a la par con expresar frases, ideas y argumentos en favor de la “seguridad y la estabilidad”, llegando incluso a reclamarse la intervención de las Fuerzas Armadas y, en el caso de Chile, justificaciones legales para los ya habituales abusos de la violencia por parte de policías.
Los ciudadanos se sienten lejanos al quehacer político, básicamente porque las democracias que hemos construido –particularmente en Chile– son cupulares y ajenas a la idiosincrasia de los habitantes de este territorio.
Pero esto que pasa acá, sucede también en Europa, donde en las últimas elecciones comunitarias se dan dos señales en el mismo sentido: vota sólo el 50% del padrón y en ese porcentaje, quienes obtienen mayorías son los grupos más derechistas que han expresado ideas o conceptos de admiración por antiguos gobiernos autoritarios de Europa.
Esto revela la necesidad de mirar con agudeza los errores para intentar corregirlos y generar así propuestas que hagan recuperar la relación del pueblo con sus gobernantes. El modelo democrático directo es algo imposible y por ello siempre se requiere que haya gobernantes y personas encargadas de hacer las leyes. Unos las hacen, otros cautelan su cumplimiento. Pero el desarrollo de la civilización ha ido exigiendo una creciente participación, postergando la predominante idea de los monarcas absolutos a los archivos de la historia para admitir la generación de autoridades por parte del pueblo. Entre medio se cruzan los dictadores que, aunque sin pretensiones monárquicas, generan una realidad muy parecida a los que se sentían elegidos por la divinidad para gobernar a los pueblos.
Podemos rescatar la tesis de Isidoro, obispo de Sevilla, cuando dijo que cuando falta el monarca, la divinidad buscará nuevos gobernantes a través del pueblo. Este es un fundamento de la democracia, que permitió a los pueblos de América buscar su autonomía ante la falencia de un Fernando VII arrebatado de su corona. Desde allí podemos afirmar que los pueblos jamás deben elegir monarcas o tiranos – ni aun a pretexto de circunstancias extraordinarias – sino siempre elegir autoridades que puedan ser controladas por vías institucionales y democráticas en su desempeño. Eso es lo que hemos llamado desde hace mucho tiempo una “democracia participativa”, en la que se articulan mecanismos de representatividad con otros de intervención directa de la ciudadanía.
No basta con elegir periódicamente autoridades. Eso se debe hacer, pero también deben existir mecanismos de control y de intervención popular en las decisiones que se toman. Ello tendrá siempre como contrapartida, si se quiere sostener una democracia sólida, el deber de los ciudadanos de contribuir de modos diferentes a la mantención del régimen democrático: por ejemplo, voto obligatorio, servicios sociales a la comunidad como alternativa al servicio militar, pago de tributos proporcionales y progresivos. Así entonces, funcionarán armónicamente derechos con deberes.
Chile: una democracia desvirtuada
Uno de los más agudos problemas de la democracia en el caso de Chile es la desafección manifestada desde hace muchos años por la ciudadanía hacia la política y los políticos.
Han contribuido a ese distanciamiento del pueblo muchos factores, entre los cuales destaco: 1) La mantención del régimen institucional creado por la dictadura; 2) el aislamiento de los políticos (auto asumidos como clase y así tratados por los medios de comunicación) y su incapacidad para proponer ideas y rescatar valores fundamentales de un sistema democrático; 3) el incumplimiento de las promesas proclamadas por quienes sucedieron a Pinochet en La Moneda; 4) las presiones de Estados Unidos por “exportar e imponer” su modelo; 5) la tendencia a imitar propuestas vigentes en otras sociedades; 6) La constante intervención de los medios de comunicación en el sentido de desacreditar a los políticos con verdades a medias y mentiras; 7) Las presiones del poder económico por mantener los esquemas estructurales y los valores morales que los sustentan.
Siguiendo la cronología definida en la Constitución de 1980 – a la que se sumaron muchos de los opositores al régimen – correspondía que en 1988 se definiera si seguiría gobernando un candidato designado por la Junta de Comandantes en Jefe o podría haber elecciones libres.
Mientras algunos políticos dábamos la lucha por terminar con la dictadura (“A las dictaduras no se las derrota, se las derroca”, decíamos entonces), después del fracasado atentado a Pinochet y a instancias de la presión de los Estados Unidos y de ciertos grupos de la Iglesia Católica, a muchos dirigentes de distintos grupos les acomodó la idea de aceptar el itinerario y adaptarse a las normas vigentes. En ese marco se inició la inscripción de partidos políticos, según una ley dictada por los militares. Algunos nos oponíamos, porque ello significaba renunciar a la rebeldía destinada a poner fin a una dictadura, que ya llevaba mucho tiempo y aceptar la prolongación de institucionalidad que, en gran parte, sigue vigente hoy 44 años después. Pero los partidos se inscribieron y se sumaron al diseño. Luego de cumplido el primer paso para obtener elecciones – la victoria de los opositores del 5 de octubre de 1988 – se concordó una serie de reformas constitucionales, algunas importantes, pero la mayoría simplemente cosméticas y se enfrentó la aplicación de las disposiciones permanentes del texto constitucional.
Un pacto silencioso, tácito, oculto al pueblo, marcaba la nota de la prudencia y la interpretación más restrictiva de la frase “en la medida de lo posible”. Y así se aplicó a la justicia en todos los planos, a las reformas superficiales al sistema económico, a los cambios institucionales, al poder militar, a las garantías de la libertad de prensa. Todo “en la medida de lo posible”, sin que las ganas fueran suficientes para hacer posible más cosas.
Si bien hubo adelantos y éxitos en algunos aspectos, en materia política, económica y social, hubo un acomodo global al sistema capitalista en la versión neoliberal aplicada en Chile. Esta y no otra era la idea de Friedmann, el ideólogo de Chicago: libertad económica con libertad política y un Estado reducido y restringido en su acción. Eso lo lograron, no los derechistas que habían gobernado, sino los opositores a la dictadura que gobernaron después.[1]
Intentos de modificación: comienza la imitación
Lo que vino luego fue la discusión acerca de la elaboración de un modelo de sistema político democrático que sustituyera el esquema del “guzmanismo” plasmado en la Constitución. Algunos propusieron un sistema parlamentario y otros uno semi presidencial, para mantener un Jefe de Estado y un Primer Ministro. Se pensaba que si eso daba resultado en otros países, acá tendría que dar también. Fueron las primeras aproximaciones a imitar lo que sucedía en otros lares.
En forma rápida fue desechado el parlamentarismo unicameral. Pero las discusiones con la mirada puesta en el extranjero seguían, luciendo Chile su modelo de presidencialismo de ejecutivo vigorizado, que hoy por hoy, sólo existe en países gobernados por dictaduras. Afortunadamente, los presidentes elegidos en esta singular democracia “semi soberana” no han intentado aplicar todo su poder, sino que han respondido a cierto tono democrático que considera la posición del Congreso Nacional.
La presión política de Estados Unidos y cierto arribismo criollo, han llevado a los políticos a imitar los procedimientos de otros países, como si eso ayudara a que las cosas mejoren. En verdad, me asiste el convencimiento que el modelo de los Estados Unidos atrajo a muchos políticos, quienes miraron con interés ese modelo institucional completo. Se imitó el sistema económico, pero extremando los argumentos de la “libertad” y el desapego del Estado, llevando el modelo a sus extremos. Por otro lado fueron asumidos los “valores” del individualismo y el materialismo como metas que debería aceptar el pueblo chileno.
Los grandes bloques
Establecido en la Constitución el sistema binominal, lo que se quería era reproducir el esquema de los grandes bloques de los Estados Unidos. Sólo dos miradas que pudieran acaparar el interés del electorado, dejando a casi un 25 o 30 por ciento, fuera de la posibilidad de elegir representantes en el Congreso. Para tener y mantener dos bloques es indispensable crear coaliciones, en las que los partidos más grandes irán subsumiendo a los pequeños.[2]
Las añejas miradas de los últimos dos siglos los llevan a creer que el mundo se resuelve sólo en la confrontación. Es el corolario de una larga época marcada por el belicismo, que los conduce a intentar que las cosas se resuelvan entre dos bandos y que se asuma que la razón está siempre del más fuerte, del que gana. La existencia solo de derechas e izquierdas responde a una mirada reduccionista, que obliga a las personas a definir como si se le fuera la vida en cada proceso electoral. Para evitarlo, algunos inventaron el argumentos del centro (o los centros), tomando un poco de acá y un poco de allá.
El mundo es más complejo que eso: las miradas pueden ser de mayor amplitud, entendiendo que lo que importan en política son los objetivos centrales respecto de la persona humana y la organización social.
Quienes se inspiran en un cierto totalitarismo y creen que la verdad en política es una sola, sitúan la discusión como si se tratara de buenos y malos, amigos y enemigos. O se es de izquierda o se es de derecha. Se privilegió la existencia de bloques fuertes, donde lo importante es generar una especie de empate político, que impidiera reformas profundas al sistema impuesto por las armas.[3]
La democracia debe ser vista como el territorio donde los seres humanos se encuentran para definir y ejecutar su propio destino. Una mirada amplia, como una figura geométrica y no una simple línea que marca posiciones extremas. Puede ser un triángulo, un cuadrado, un pentágono, etc., donde lo que importa no son los vértices sino la superficie que queda entre ellos. Ése es el espacio donde se encuentra el pueblo. Y allí se puede decidir entre las propuestas, una u otras, o la combinación de miradas o ideas nuevas que surjan del debate.
Hoy se critica la dispersión, justamente porque atenta contra la mirada de bloques, de derechas e izquierdas. ¡Basta de ello! Justamente en esa dispersión está la riqueza humana, donde se reconoce los puntos de vista divergentes que nos pueden llevar a concretar acuerdos para ir superando los problemas. La disposición de distintas miradas, doctrinas, ideas, experiencias, es lo que puede hacer justa a una sociedad.
Se propone entonces reducir la cantidad de partidos mediante el expediente de que si no alcanzan ciertos porcentajes deben desaparecer y los diputados o senadores elegidos no podrían asumir sus cargos, dejando espacio a otros de las listas de los bloques aunque hayan obtenido menos porcentajes personales.
¿Qué partidos deberían mantener su existencia legal? Los que reúnen un número suficiente de ciudadanos como para elegir representantes. No el que junte 5% de los votantes. Porque eso no es justo para el pueblo. En efecto: en un país que elige por distritos, si los electores de un distrito eligen con votos suficientes a un diputado o senador, su elección no debe ser anulada porque el partido a nivel nacional no reúne un determinado porcentaje de votos. El pueblo elige a un representante que es esa persona de ese partido: si se va del partido, el pueblo recupera su derecho de elegir a otro y esa persona debe perder su cargo.
La distorsión de los partidos
Los partidos son entidades que nacen para participar en política, tener poder para incidir en las decisiones nacionales, todo ello fundado en una doctrina (ideas generales sobre la sociedad) y un programa o ideología (ideas concretas para aplicar en un momento determinado). En una democracia se espera que esas agrupaciones propongan al pueblo (o a la gente, como le gusta decir a los políticos en estos días, traduciendo la expresión inglesa people) un proyecto y una lista de nombres para que sean elegidos. Y el pueblo elige.
Pero, cuando se forman estas coaliciones de partidos para responder a la idea de los bloques, a las que se asigna nombres a veces ingeniosos[4], desaparecen las propuestas que puedan servir para identificar al partido con su doctrina y su proyecto ideológico. Tal vez vaya por las tesis de la derecha siguiendo a Fernández de la Mora o a Fukuyama de creer que las ideologías se han acabado y llegó el tiempo de los pragmáticos.
No hay doctrina ni programa de acción, sino solamente la voluntad de poder, viendo luego qué es lo que se hará si se gana. Las coaliciones son para servir la idea de los bloques, despreciando lo que es la esencia de los partidos.[5]
En una democracia cada partido debe competir con lo suyo y luego de las elecciones buscar las forman de entendimiento para programas concretos de acción. Es lo que ha terminado entendiendo parte del Frente Amplio, que se convierte en un solo partido. O lo que comprendieron los socialistas que en la época de la dictadura eran muchos grupos diferentes, cada uno de los cuales pretendía ser un partido diferente.
Así era en el Chile de antes y es en la mayoría de los países de occidente. Es la armonización entre los problemas reales de la población del país y los pensamientos y programas. Pero, en el Chile de hoy, la existencia de coaliciones obliga a los partidos a someterse a alianzas que no tienen coherencia (por ejemplo, en el llamado socialismo democrático están los liberales, lo que es una contradicción evidente) con el fin de no desaparecer del todo, pero luego surgen los problemas cuando hay que asumir los proyectos concretos. ¿Para qué se logró la mayoría? Para seguir en la escalada del poder. Todo ello en un complejo sistema de dobles cifras repartidoras, pactos y subpactos electorales.
El pueblo merece opciones claras. No simplemente marketing político o alianzas confusas. Cada partido enfrenta las elecciones con lo suyo. Si elige, permanece. Si no elige, desaparece y deberá constituirse de nuevo.
Es la imitación la que se ha ido instalando.
Las primarias
El modelo de las primarias creado en Estados Unidos ha sido un modo de mantener interesado a los militantes de los partidos de los bloques, quienes tienen elecciones muy seguidas. En el sistema de votación indirecta, voluntaria y no vinculante del pueblo, es un mecanismo entretenido para una cultura que vive del espectáculo.
En Venezuela se instalaron hace años esas primarias y el resultado fue, que poco a poco, fueron perdiendo validez los partidos con sus ideas, quedando todo entregado a liderazgos individuales, hasta terminar en el modelo que vemos hoy en este país del norte de Sudamérica.
Si acaso se dispone que para los cargos de elección unipersonal debiera haber segunda vuelta o balotaje, las primarias no tienen sentido. Cuando hay primarias se movilizan sólo los militantes y simpatizantes más comprometidos, pero no constituyen expresión del pueblo en su conjunto. Votan, como sabemos, muy pocas personas, pues no puede tratarse de una votación obligatoria. Para eso son las elecciones verdaderas.
Entonces si los partidos tienen ideas distintas y no tienen siquiera programas comunes, el armado artificial de una coalición es sólo para obligar a sus militantes a aceptar predicamentos que pueden resultar completamente ajenos a sus definiciones más profundas o… a terminar no cumpliendo esos pactos.[6] Agrupar partidos sólo para ganar el poder, lleva a que los que toman las decisiones deciden por sus propios intereses y generan incordios que después resultan difíciles de superar. Las primarias no tienen una gran convocatoria. De hecho, las recientes elecciones primarias en Chile solo fueron en 60 de las 346 comunas. Casi absurdo el esfuerzo y el gasto.
En la segunda vuelta electoral el pueblo decide y los partidos pueden decidir apoyar a algún candidato o a nadie.
Las imitaciones continúan
Hay otros temas que se van copiando. Por ejemplo, en la valorización del proceso de regionalización, organizado, diseñado y ejecutado por la dictadura y a cargo de un organismo dirigido por un general del Ejército, se ha elaborado un mecanismo de gobierno regional propio de los regímenes federales (Estados Unidos, concretamente), eligiendo “gobernadores”, aunque en la práctica ello no opera porque su poder es muy limitado. En Chile no funciona el federalismo y los mecanismos de descentralización y desconcentración del poder deben ir por otras vías que de verdad restituyan al pueblo su soberanía. Elegir gobernadores en este modelo imperante no sirve para eso ni para los fines que se invocó al crearlos.
Vienen las segundas elecciones de gobernadores. ¿Qué balance se puede hacer de estos cuatro años de experiencia?
Otro tema es el reemplazo de los diputados y senadores que cesan en su cargo antes del tiempo para el que fueron elegidos. Se han buscado distintos mecanismos, para evitar que sea el pueblo el que elija, como era antes en la democracia chilena. El pueblo eligió un representante por la persona y por el partido. Si la persona cesa en su militancia, debe declararse vacante el cargo. Si la persona cesa en su cargo por cualquier razón, incluida la anterior, la soberanía regresa al pueblo, no al partido que lo postuló. Pero en Estados Unidos y otros países no existen las elecciones complementarias, que en Chile se aplicaban con mucha propiedad antes de la dictadura.
Algunos argumentan que el partido debe mantener el cargo. Aceptando ese argumento sigamos el ejemplo de lo que hizo un partido voluntariamente: preguntarle al pueblo entre varios postulantes.[7] La democracia debe erradicar las designaciones “a dedo” o a puertas cerradas, aunque la persona beneficiada pueda ser presidenta de su partido.[8]
El sistema de elecciones complementarias dio en Chile excelentes resultados e incluso tuvo gran incidencia en el desarrollo del quehacer político.[9]
Un tercer tema que podemos agregar es el del voto voluntario, que se impuso en Chile para seguir modelos externos. El fracaso estrepitoso llevó a los políticos a reponer la obligatoriedad. Tener obligaciones, como manifestar su posición frente a las opciones de quienes pueden gobernar el país o representar al pueblo es lo menos que se puede pedir a los ciudadanos que, como contrapartida, se benefician de las medidas que el Estado toma para todos sus habitantes.
Mencionemos un cuarto tema en este acápite. En Chile se modificó el sistema de gobierno municipal y se cambió la naturaleza jurídica de las municipalidades y las comunas. A partir de la dictadura se siguió el modelo principal establecido en países como el ya nombrado Estados Unidos: un alcalde poderoso, acompañado, algunas veces, por concejales que participan en algunas decisiones.
Llegada la democracia se aprobó una ley de elecciones municipales y luego eso se modificó hasta imponer el sistema extranjero en propiedad. Es verdad que ahora se ha corregido algo, en el sentido de que por lo menos los concejales tienen alguna figuración legal. Pero el 90% del poder está en manos de un alcalde que es elegido en una sola elección, siendo irrelevante el porcentaje de votos que obtenga, pues basta que sea el más votado.
Hay que abrir espacios a la democracia: y el primer paso es democratizar los municipios, elegir cuerpos colegiados con poder real y que los alcaldes sean mandatarios de esos cuerpos y no pequeños reyezuelos que pueden hacer casi lo que se les antoja. Los concejales elegidos deben trabajar en los municipios cumpliendo funciones y no simplemente asistiendo a sesiones para hacer discursos. El gobierno municipal debe ser colectivo y relacionarse en forma permanente con las Juntas de Vecinos, tanto a través de los funcionarios, como del alcalde y los concejales.
Conclusión
La crisis democrática sólo se soluciona con medidas democráticas.
Seguir proponiendo soluciones sacadas de otros modelos no nos servirá para fortalecer nuestra democracia. A eso por cierto hay que agregar medidas que tienen que ver con lo formativo, lo educacional, lo comunicacional.
La cultura cívica de un país es fruto de las decisiones de todos los actores. No basta con que unos pocos se sientan convocados a mandar a otros. No es suficiente que unos pocos ciudadanos se reúnan e impongan al pueblo entero puntos de vista que las mayorías no entienden ni comparten.
La imitación que se realizada ha llevado a un fiasco, porque esas “democracias” imitadas, están en crisis tanto o más profundas que la nuestra.
Hoy, cada una de estas imitaciones, pone a los chilenos en una situación desmedrada que conduce a buscar respuestas fuera de la democracia y por lo tanto ajenas a la libertad, la justicia, la solidaridad.
Es necesario iniciar una marcha, que será larga, pero que no puede postergarse más, para superar la crisis y avanzar hacia una sociedad en que el respeto, la colaboración, la seguridad, la libertad, la justicia social, la organización social, sindical y vecinal sirva de base para una vida mejor.
[1] No podemos olvidar que personas que sirvieron a la dictadura ocuparon cargos importantes en los gobiernos posteriores, como por ejemplo, Federico Willoughby, Jorge Navarrete, Villarzú y numerosos funcionarios diplomáticos
[2] Un ejemplo claro es la coalición llamada Frente Amplio, donde 13 grupos han terminado convertidos en un solo partido, donde, de los 13, subsisten dos grupos como fuerzas dominantes internas.
[3] A la larga, éste es el esquema que sirve de fundamento a toda dictadura, toda mirada absoluta. No hay espacio para discrepar sin convertirse en enemigo o ser calificado de traidor. O loco, como fue en algún momento en la URSS.
[4] Hay veces en que siendo siempre los mismos integrantes, van cambiando los nombres según sus asesores de marketing.
[5] Las coaliciones electorales nacieron como una interpretación de la ley electoral en 1972, a instancias de la Unidad Popular, para enfrentar en una sola lista a la DC y a la derecha, quienes se vieron obligadas en el hecho a hacer una coalición para evitar al triunfo oficialista. De haber ido todos los partidos por separado, los resultados pudieron ser diferentes.
[6] El ejemplo más claro fue la primaria entre Yasna Provoste, Carlos Maldonado y Paula Narváez. Ganó Provoste con un altísimo porcentaje, pero tanto Narváez como el grueso de los socialistas no trabajaron ni votaron por ella. Después de la elección presidencial, no tuvieron dudas en incorporarse al gobierno de la otra coalición a la que no pertenecían, pero por la que sí votaron
[7] Cuando la senadora Rincón renunció a su cargo al ser nombrada Ministro de Estado, la Democracia Cristiana convocó a sus militantes para ser candidatos a reemplazarla. Se presentaron tres personas y la ciudadanía fue invitada a votar por estas tres personas para elegir a su nuevo senador.
[8] Es el caso de la señora Vodanovic que fue candidata de su partido por una región y perdió. Luego cuando un senador de otra región dejó su cargo, el partido, atendido que ella lo presidía, la designó como senadora. ¿Cuál es su legitimidad?
[9] Para muchos analistas, el triunfo de Frei en 1964 fue posible porque en las elecciones complementarias a la muerte de un diputado socialista – Naranjo – la izquierda derrotó a la derecha en un bastión que ésta creía seguro. Fue así que el candidato derechista renunció a su candidatura y los conservadores y liberales apoyaron a Frei, inclinando la balanza.
