El mal uso del idioma y el lenguaje

El castellano es la expresión verbal y escrita de nuestra cultura y ciertamente el cuidado en el uso de las palabras fortalece el acervo de un determinado pueblo, por eso es que cuando se admiten deformaciones de palabras extranjeras o se usan mal los conceptos, todo tiende a confundirse y la expresión «da lo mismo» adquiere una profunda relevancia.

Por Jaime Hales Dib

Publicado el 16.10.2025

En noviembre de 2014 escribí un artículo, que nunca publiqué, sobre este tema. Ahora lo completo y decido publicarlo.

Con todo, el periodista Jorge Abasolo dice que la Real Academia lo tiene decepcionado, pues en lugar de velar por la corrección del idioma, se ha dedicado a incorporar prestamente palabras del léxico vulgar: «Basta que el vulgo popularice un término para que la RAE le dé su consentimiento».

Además, bellas palabras antiguas son eliminadas del diccionario por estar en desuso, descartando que se puedan usar nuevamente, tales como alidona o bajotraer.

En una mirada cortoplacista (palabra recién aceptada) se responde a las urgencias de lo inmediato en lugar de atender a lo importante que es mejorar el uso del idioma para mantener y mejorar las comunicaciones. Mirada corta, para ganar popularidad tal vez.

Para los escritores es «chipe libre», es decir, escribe como quieras pues si te haces famoso, tus torpezas pasarán a ser parte del diccionario. Tal como Abasolo, siempre he intentado ser cuidadoso en el uso del idioma y del lenguaje, pues creo que de ese modo resulta más fácil que los seres humanos podamos entendernos.

El idioma es expresión de la cultura y ciertamente el cuidado en el uso de las palabras fortalece la cultura propia de un determinado pueblo. Cuando se admiten deformaciones de palabras extranjeras o se usan mal los conceptos, todo tiende a confundirse y la expresión «da lo mismo» adquiere una profunda relevancia.

El deterioro de las comunicaciones

La vulgaridad se adueña del idioma y las palabras finas y precisas desaparecen, muchas veces sustituidas por otras salidas del inglés. Por ejemplo en vez de zafio se usa nerd y en lugar de liquidación se usa sale; en lugar de borrar, deletear; en vez de silenciar, mutear.

Estamos viviendo el deterioro de las comunicaciones cuando usamos tantas palabras extranjeras que no cualquiera entiende.

Y entre los chilenos usamos muchas palabras o expresiones de pésima manera. Al respecto hay un excelente libro de Héctor Velis-Meza y Hernán Morales Silva, editado en 2013 que ya requeriría una actualización. Pensemos, por ejemplo, en expresiones que encontramos en autoridades del país y en los periodistas.

«Cancelar», que significa «anular». En vez de decir «pagar», «consuma y después cancela», dice la moza o mesera y yo digo: «Señora, no voy a cancelar. Voy a pagar».

«Asertivo» en lugar de certero o acertado.

«Antecedentes previos», como si los hubiera posteriores…

«Gobierno central» expresión propia de los estados federales (como Estados Unidos de América, Estados Unidos del Brasil, los Estados Unidos Mexicanos, Argentina), para referirse al gobierno del país o gobierno «nacional».

«Parlamento», en lugar de «Congreso Nacional». La primera expresión es propia de regímenes parlamentarios, en cambio la segunda es propia de los regímenes presidenciales.

«Gobierno militar» a la dictadura que encabezó la derecha usando a los militares. Debiera decirse: «Dictadura militar de derecha» o «Gobierno cívico militar».

No existen los «cómplices pasivos» como dijo el presidente Piñera en 2013, porque el cómplice tiene una participación activa, tanto como los encubridores que ayudan a que el delincuente se beneficie de sus actos. En materia de derechos humanos los que silenciaron y escondieron tienen responsabilidad.

«Democracia”, para referirse al sistema político instalado por la dictadura y que tiene apariencia democrática por la existencia de elecciones periódicas y punto.

A eso podemos agregar las graves incorreciones de locutores de radio (el señor Rodrigo Vergara Muñoz de Cooperativa es un buen ejemplo de esto), cuando al presentar al ministro de Hacienda se le dice «el encargado de las lucas» o utiliza formas vulgares del lenguaje como «podís» en vez de «puedes». Peor me parece cuando se cosifica a las mujeres: «Ahora escucharemos el informe de ‘la’ Camila…», cosa que no se aplica a los hombres: a nadie le dicen «el Rodrigo».

Y así suma y sigue.

El proceso inconcluso

La falta de interés popular en las actuales elecciones presidenciales y parlamentarias son la mejor manifestación del agotamiento de la opción que se impuso en la “disputa” interna: la de los ocupantes de La Moneda en 1990, seguida al pie de la letra durante muchos años, en el sentido de no hacer modificaciones significativas al modelo instalado desde la dictadura.

¿Transición?

El desatacado intelectual chileno Carlos Huneeus escribió un libro titulado “La Democracia semi Soberana”, título que resume la realidad de la llamada transición chilena. Este proceso político, que pareció empezar con bríos en 1990, ha quedado inconcluso.

Por eso hay analistas –Juan Pablo Cárdenas entre ellos– que prefiere hablar de “post dictadura” en lugar de “período democrático”. Y estoy de acuerdo, aunque prefiero la fórmula de Huneeus, ya que efectivamente las cosas han cambiado desde los tiempos de la dictadura en el sentido de que las autoridades son elegidas por votación, las leyes se aprueban en el Congreso, las autoridades tienden a ajustarse a las normas constitucionales (cuando las conocen o hay algún abogado que se los sople al oído), las brutalidad policial ha amainado, no hay violaciones sistemáticas de los derechos humanos y han existido avances en materias sociales.

Ya en 1986, en un artículo que me publicó revista ANÁLISIS, yo anticipaba que el pacto –en ese momento en construcción– que llevaba a los políticos chilenos a aceptar el camino diseñado por la dictadura en su Constitución, iba a conducir a mediano plazo a una revuelta social que alteraría profundamente las relaciones políticas.

Lo definía como un estado de ánimo parecido a la rendición, concediendo al plebiscito de 1988 y a las eventuales elecciones de 1989 el poder de cambiarlo todo. No se daban cuenta (¿o se daban cuenta?) que eso, respaldado por el gobierno de Estados Unidos, apuntaba a consolidar un modelo económico, social y político que se perpetuara en el tiempo, como efectivamente ha sido.

Dos miradas para Chile

No fuimos pocos quienes alzamos la voz, especialmente al interior de la Democracia Cristiana y algunos otros partidos más tímidamente, pidiendo actitudes más drásticas que apuntaran al cambio de régimen político y a la sustitución, paulatina por cierto, del modelo económico.

Se nos acusó de “autoflagelantes” y hubo voces que respondieron sosteniendo que los otros serían “autocomplacientes”. Ni lo uno ni lo otro, sino simplemente dos miradas. Algunos se bastaban con que hubiese elecciones libres y otros queríamos una democracia sólida, sustentada en la participación, con un cambio que nos alejara del modelo impuesto por la derecha desde la dictadura.

Las actuales elecciones presidenciales son la más clara y evidente manifestación del agotamiento de la opción que se impuso en la “disputa” interna: la de los ocupantes de La Moneda en 1990, seguida al pie de la letra durante muchos años, en el sentido de no hacer modificaciones significativas al modelo instalado desde la dictadura.

El proceso de transición hacia un nuevo sistema político, social y económico quedó inconcluso. La transición se detuvo e incluso hemos tenido retrocesos (como el voto voluntario, por ejemplo y la permanencia de resabios de binominalismo) que han llevado al desencanto mayoritario con la tarea política.

Desapego democrático

No se trata de añorar las grandes gestas presidenciales que hubo hasta 1970, pero el bajo entusiasmo que despiertan las actuales elecciones de congresistas y presidente de la República evidencia el desapego hacia la política y la democracia.

Al parecer, según revelan ciertas encuestas, hay ya demasiada gente que considera que no necesariamente la democracia es el mejor sistema político, sobre todo entendiendo lo actual como tal.

Se ha perdido la confianza en que quienes se han autodenominado como una “clase política” sean capaces de representar verdaderamente un cambio en la forma de vivir de los habitantes del Chile de hoy.

Programas pobres, consignas superficiales, ideas repetidas como letanías de religiones sin adeptos, son la tónica de una contienda presidencial que se mueve entre dos extremos, posiciones polares que buscan el poder por el poder más que un camino de realización democrática. Y reina el desencanto en los que han sostenido posiciones proclives a la profundización democrática y a un cambio más radical, profundo, sustancial y rápido, que pueda mejorar la situación de las mayorías y la calidad de las decisiones que se toma en aras del bien común.

Preguntas inevitables

Hay candidatos a parlamentarios cuyos méritos son solamente haber escalado en posiciones de camarillas internas en los partidos, algunos cuyos actuales escaños los ocupan por designación y no por elección popular. Los diputados y senadores han pasado a ser sólo la expresión de poder de grupos internos de partidos que han olvidado sus proyectos y se acomodan a pactos sin sabor a nada.

¿Cómo entiende la ciudadanía que, por ejemplo, la candidata oficialista lleve el apoyo de quienes han sido oposición al actual gobierno y que otros que han sido parte de su sustento (integrando incluso el gabinete) hoy vayan en listas separadas?

¿Cómo percibe la ciudadanía que haya candidatos que han cambiado de partido solamente porque aquel en el que militaron por años no los quiso llevar a senadores y los proponían para prolongar su ya extendida diputación?
¿Cómo se puede entender que en una lista que apoya a la candidata Jara esté postulando a senador un acérrimo anticomunista, que salió de la Democracia Cristiana para instalarse en la derecha y al no ser aceptado en ese pacto, integra el del grupo que ha criticado duramente por tantos años?

Y así como esas preguntas, muchas otras surgen, algunas porque se olvidan de las disposiciones legales o los acuerdos, otras porque se toman decisiones sobre el carácter obligatorio del voto no pensando en lo mejor para el país sino en intereses electorales particulares.

¿Cómo votar?

Hay muchas cosas que cambiar, pero los dos modelos constitucionales que fueron propuestos a la ciudadanía experimentaron el mayoritario rechazo porque en lugar de contener disposiciones que de verdad fueran en beneficio de las mayorías, se convirtieron en expresiones de intereses de minorías sectoriales.

Esta elección no entusiasma más que a los candidatos y el pueblo chileno votará entre incumbentes que no le ofrecen sino disputas radicales y amenazas, sabiendo que las promesas no serán cumplidas y poniendo en riesgo la posibilidad de completar la transición postergada e inconclusa e incluso la continuidad del sistema democrático vigente.

Algunos piensan votar en blanco o nulo. El problema que ello reviste es que finalmente esos votos no se consideran para producir una presión sobre políticos que se solazan en la mirada al espejo, viendo una imagen deseada que no es la real.

Hemos llegado a un extremo.

El cambio en movimiento

Confío en que luego de esta elección comenzará un despertar de aquellos que verdaderamente creen en una democracia en la que el pueblo sea soberano, que existan partidos con ideas y propuestas.

¿Serán nuevos partidos?

¿Serán nuevos liderazgos?

¿Recuperarán los partidos que han demostrado tener ideas su capacidad de creer en ellas y compartirlas con la ciudadanía?

¿Tendremos propuestas de reformas serias que vayan en la línea de avanzar hacia una sociedad justa, democrática, participativa, libre, solidaria?

Todo esto pensando en que los esfuerzos de tantos en el siglo XX, cuando luchamos contra la dictadura, cuando propusimos caminos para Chile, hayan valido la pena en el devenir histórico y no tengamos que lamentar la repetición de ciclos negativos para el pueblo chileno.

«Entre la voz y el miedo»: La hermosa costura de un relato

Este es un libro necesario, beneficioso, que puede ser extraordinariamente útil para que los muchachos de hoy vayan conociendo una historia de nuestro país que se desdibuja en la maraña de consumo, competencia, liviandad, frivolidad que caracteriza a muchos de los espacios comunicacionales de este tiempo.

Saber lo que sucedió, conocer de referencia aquella sucesión de acontecimientos tremendos que soportamos los chilenos, puede ayudar a apreciar valores tan queridos como la democracia, la verdad, la tolerancia, el respeto, la sobriedad, el rigor en el trabajo y en diferentes esferas de la vida.

Conocer lo que sufrió Chile en esos años, historia descrita por un protagonista, nos puede ayudar a tomar decisiones en la construcción del futuro y no seguir arriesgando, con discursos que confrontan y polarizan más de lo necesario sin ofrecer caminos, una vida democrática que aún no termina de reconstruirse.

Así, Entre la voz y el miedo es una obra escrita con la mano ágil de un periodista, la mente despierta y la capacidad literaria de alguien con «buen oficio» y «buena pluma», de poeta, de narrador, de cronista.

Entretenido, es un libro que permite al lector dejarse llevar a través de las páginas, transitando suavemente por las intensas emociones de la vida, con un panorama del Chile de hace tantas décadas. Los estudios escolares, la universidad, la política, las ideas, la fe, el amor, van dejando huellas sensibles que, sin grandes aspavientos, conmueven al lector.

Con todo, el libro cuenta la historia de este muchacho, huérfano siendo muy niño, que recorre hogares en los que va construyendo relaciones de cuya duración no puede anticiparse nada. Inquietudes, dolores, miedos, amores, cariños de quienes lo acogieron, son pinceladas de una vida que se va nutriendo de esperanzas.

Sin dejarse arrastrar por tentaciones que se ofrecen a jóvenes que han vivido situaciones de intenso dolor, se levanta una estructura de vida sana, entre alegre y melancólica, con valores sólidos.

 

Un relato que vale la pena conocer

A poco de haberse recibido, casi dos años de instalada la dictadura encabezada por Pinochet y los civiles que le dieron contenido político, comienza a ejercer el periodismo. Hormazábal fue uno de los símbolos de la Radio Chilena, figura señera en la lucha contra la dictadura.

Guillermo alzó la voz en el silencio de los años más duros, aunque su nombre no es de los más famosos ni populares, pero ciertamente sería más merecedor del Premio Nacional de Periodismo que algunos que han sido muy celebrados.

Radio Chilena, como Balmaceda y Cooperativa, luego Santiago y Carrera, fueron las radios más activas en la larguísima dictadura que afectó a Chile para dar voz a los que no teníamos otros espacios habituales en los medios de comunicación.

La Chilena, como le decíamos, era una radio que se caracterizaba por su serenidad, seriedad y oportunidad de la información, en momentos en que la represión golpeaba duro.

Guillermo lo hizo todo: desde reportero, pasando por jefe de informaciones, director de prensa, marcó con su estilo y sus valores el tono de un espacio libre y liberador, que se aventuró en una lucha de altos costos personales. El tiempo, la intensidad del trabajo y sobre todo los riesgos para sí mismo y la familia, era algo que vivíamos los que estábamos en la defensa de los derechos de las personas.

Amenazas, persecuciones, agresiones a golpes, detenciones de todo tipo, las sufríamos los que estábamos en los medios de comunicación y los abogados que representábamos a los perseguidos por la dura mano de la DINA, la CNI y todos los otros organismos que le dictadura usó para someter al país.

El autor nos cuenta de su secuestro —en realidad «detención arbitraria» por agentes gubernamentales— en el marco de una represión desatada por el asesinato de Roger Vergara, recién nombrado en un alto cargo de Inteligencia del Ejército. Entre la brigada de Homicidios y la de Asaltos, se formó un equipo para «ganarle a la CNI» y encontrar a los autores del homicidio.

Usando los peores métodos represivos los policías detuvieron a mucha gente, los torturaron, amenazaron y llegaron hasta el extremo de dar muerte al estudiante de periodismo Eduardo Jara. Entre ellos, fueron detenidos periodistas y Hormazábal gritó su nombre en la calle mientras lo llevaban los detectives, gracias a lo cual se pudo saber de su detención.

Finalmente fueron liberados y se demostró que quienes cometieron el delito en contra del oficial, no tenían nada que ver con ninguno de esa treintena de personas (dueñas de casa, artistas, empleadas de oficina, contadores, estudiantes, comerciantes) que fueron tan maltratadas.

Algunos de los policías secuestradores, cuya identidad se supo, fueron tardía y suavemente castigados, aunque otros se mantuvieron en sus cargos y los gobiernos que siguieron los distinguieron con mejores nombramientos.

La familia, los amigos, su trabajo en distintas tareas como comunicador, van haciendo la hermosa costura de un relato que vale la pena conocer. Es una obra para los que vivimos esa época, ciertamente, pero sobre todo para aquellos que no la vivieron y se pueden formar así una idea clara de muchas cosas que pasaron.

En efecto, las menciones que hace Guillermo en su libro, permitirán a los inquietos seguir investigando para que algún día se escriba sin tapujos y con detalles la historia de una época dolorosa que no deberá repetirse.

 

Este es un libro necesario, beneficioso, que puede ser extraordinariamente útil para que los muchachos de hoy vayan conociendo una historia de nuestro país que se desdibuja en la maraña de consumo, competencia, liviandad, frivolidad que caracteriza a muchos de los espacios comunicacionales de este tiempo.

Saber lo que sucedió, conocer de referencia aquella sucesión de acontecimientos tremendos que soportamos los chilenos, puede ayudar a apreciar valores tan queridos como la democracia, la verdad, la tolerancia, el respeto, la sobriedad, el rigor en el trabajo y en diferentes esferas de la vida.

Conocer lo que sufrió Chile en esos años, historia descrita por un protagonista, nos puede ayudar a tomar decisiones en la construcción del futuro y no seguir arriesgando, con discursos que confrontan y polarizan más de lo necesario sin ofrecer caminos, una vida democrática que aún no termina de reconstruirse.

Así, Entre la voz y el miedo es una obra escrita con la mano ágil de un periodista, la mente despierta y la capacidad literaria de alguien con «buen oficio» y «buena pluma», de poeta, de narrador, de cronista.

Entretenido, es un libro que permite al lector dejarse llevar a través de las páginas, transitando suavemente por las intensas emociones de la vida, con un panorama del Chile de hace tantas décadas. Los estudios escolares, la universidad, la política, las ideas, la fe, el amor, van dejando huellas sensibles que, sin grandes aspavientos, conmueven al lector.

Con todo, el libro cuenta la historia de este muchacho, huérfano siendo muy niño, que recorre hogares en los que va construyendo relaciones de cuya duración no puede anticiparse nada. Inquietudes, dolores, miedos, amores, cariños de quienes lo acogieron, son pinceladas de una vida que se va nutriendo de esperanzas.

Sin dejarse arrastrar por tentaciones que se ofrecen a jóvenes que han vivido situaciones de intenso dolor, se levanta una estructura de vida sana, entre alegre y melancólica, con valores sólidos.

 

Un relato que vale la pena conocer

A poco de haberse recibido, casi dos años de instalada la dictadura encabezada por Pinochet y los civiles que le dieron contenido político, comienza a ejercer el periodismo. Hormazábal fue uno de los símbolos de la Radio Chilena, figura señera en la lucha contra la dictadura.

Guillermo alzó la voz en el silencio de los años más duros, aunque su nombre no es de los más famosos ni populares, pero ciertamente sería más merecedor del Premio Nacional de Periodismo que algunos que han sido muy celebrados.

Radio Chilena, como Balmaceda y Cooperativa, luego Santiago y Carrera, fueron las radios más activas en la larguísima dictadura que afectó a Chile para dar voz a los que no teníamos otros espacios habituales en los medios de comunicación.

La Chilena, como le decíamos, era una radio que se caracterizaba por su serenidad, seriedad y oportunidad de la información, en momentos en que la represión golpeaba duro.

Guillermo lo hizo todo: desde reportero, pasando por jefe de informaciones, director de prensa, marcó con su estilo y sus valores el tono de un espacio libre y liberador, que se aventuró en una lucha de altos costos personales. El tiempo, la intensidad del trabajo y sobre todo los riesgos para sí mismo y la familia, era algo que vivíamos los que estábamos en la defensa de los derechos de las personas.

Amenazas, persecuciones, agresiones a golpes, detenciones de todo tipo, las sufríamos los que estábamos en los medios de comunicación y los abogados que representábamos a los perseguidos por la dura mano de la DINA, la CNI y todos los otros organismos que le dictadura usó para someter al país.

El autor nos cuenta de su secuestro —en realidad «detención arbitraria» por agentes gubernamentales— en el marco de una represión desatada por el asesinato de Roger Vergara, recién nombrado en un alto cargo de Inteligencia del Ejército. Entre la brigada de Homicidios y la de Asaltos, se formó un equipo para «ganarle a la CNI» y encontrar a los autores del homicidio.

Usando los peores métodos represivos los policías detuvieron a mucha gente, los torturaron, amenazaron y llegaron hasta el extremo de dar muerte al estudiante de periodismo Eduardo Jara. Entre ellos, fueron detenidos periodistas y Hormazábal gritó su nombre en la calle mientras lo llevaban los detectives, gracias a lo cual se pudo saber de su detención.

Finalmente fueron liberados y se demostró que quienes cometieron el delito en contra del oficial, no tenían nada que ver con ninguno de esa treintena de personas (dueñas de casa, artistas, empleadas de oficina, contadores, estudiantes, comerciantes) que fueron tan maltratadas.

Algunos de los policías secuestradores, cuya identidad se supo, fueron tardía y suavemente castigados, aunque otros se mantuvieron en sus cargos y los gobiernos que siguieron los distinguieron con mejores nombramientos.

La familia, los amigos, su trabajo en distintas tareas como comunicador, van haciendo la hermosa costura de un relato que vale la pena conocer. Es una obra para los que vivimos esa época, ciertamente, pero sobre todo para aquellos que no la vivieron y se pueden formar así una idea clara de muchas cosas que pasaron.

En efecto, las menciones que hace Guillermo en su libro, permitirán a los inquietos seguir investigando para que algún día se escriba sin tapujos y con detalles la historia de una época dolorosa que no deberá repetirse.

 

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Así, Entre la voz y el miedo es una obra escrita con la mano ágil de un periodista, la mente despierta y la capacidad literaria de alguien con «buen oficio» y «buena pluma», de poeta, de narrador, de cronista.

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Con todo, el libro cuenta la historia de este muchacho, huérfano siendo muy niño, que recorre hogares en los que va construyendo relaciones de cuya duración no puede anticiparse nada. Inquietudes, dolores, miedos, amores, cariños de quienes lo acogieron, son pinceladas de una vida que se va nutriendo de esperanzas.

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A poco de haberse recibido, casi dos años de instalada la dictadura encabezada por Pinochet y los civiles que le dieron contenido político, comienza a ejercer el periodismo. Hormazábal fue uno de los símbolos de la Radio Chilena, figura señera en la lucha contra la dictadura.

Guillermo alzó la voz en el silencio de los años más duros, aunque su nombre no es de los más famosos ni populares, pero ciertamente sería más merecedor del Premio Nacional de Periodismo que algunos que han sido muy celebrados.

Radio Chilena, como Balmaceda y Cooperativa, luego Santiago y Carrera, fueron las radios más activas en la larguísima dictadura que afectó a Chile para dar voz a los que no teníamos otros espacios habituales en los medios de comunicación.

La Chilena, como le decíamos, era una radio que se caracterizaba por su serenidad, seriedad y oportunidad de la información, en momentos en que la represión golpeaba duro.

Guillermo lo hizo todo: desde reportero, pasando por jefe de informaciones, director de prensa, marcó con su estilo y sus valores el tono de un espacio libre y liberador, que se aventuró en una lucha de altos costos personales. El tiempo, la intensidad del trabajo y sobre todo los riesgos para sí mismo y la familia, era algo que vivíamos los que estábamos en la defensa de los derechos de las personas.

Amenazas, persecuciones, agresiones a golpes, detenciones de todo tipo, las sufríamos los que estábamos en los medios de comunicación y los abogados que representábamos a los perseguidos por la dura mano de la DINA, la CNI y todos los otros organismos que le dictadura usó para someter al país.

El autor nos cuenta de su secuestro —en realidad «detención arbitraria» por agentes gubernamentales— en el marco de una represión desatada por el asesinato de Roger Vergara, recién nombrado en un alto cargo de Inteligencia del Ejército. Entre la brigada de Homicidios y la de Asaltos, se formó un equipo para «ganarle a la CNI» y encontrar a los autores del homicidio.

Usando los peores métodos represivos los policías detuvieron a mucha gente, los torturaron, amenazaron y llegaron hasta el extremo de dar muerte al estudiante de periodismo Eduardo Jara. Entre ellos, fueron detenidos periodistas y Hormazábal gritó su nombre en la calle mientras lo llevaban los detectives, gracias a lo cual se pudo saber de su detención.

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Este es un libro necesario, beneficioso, que puede ser extraordinariamente útil para que los muchachos de hoy vayan conociendo una historia de nuestro país que se desdibuja en la maraña de consumo, competencia, liviandad, frivolidad que caracteriza a muchos de los espacios comunicacionales de este tiempo.

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Así, Entre la voz y el miedo es una obra escrita con la mano ágil de un periodista, la mente despierta y la capacidad literaria de alguien con «buen oficio» y «buena pluma», de poeta, de narrador, de cronista.

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A poco de haberse recibido, casi dos años de instalada la dictadura encabezada por Pinochet y los civiles que le dieron contenido político, comienza a ejercer el periodismo. Hormazábal fue uno de los símbolos de la Radio Chilena, figura señera en la lucha contra la dictadura.

Guillermo alzó la voz en el silencio de los años más duros, aunque su nombre no es de los más famosos ni populares, pero ciertamente sería más merecedor del Premio Nacional de Periodismo que algunos que han sido muy celebrados.

Radio Chilena, como Balmaceda y Cooperativa, luego Santiago y Carrera, fueron las radios más activas en la larguísima dictadura que afectó a Chile para dar voz a los que no teníamos otros espacios habituales en los medios de comunicación.

La Chilena, como le decíamos, era una radio que se caracterizaba por su serenidad, seriedad y oportunidad de la información, en momentos en que la represión golpeaba duro.

Guillermo lo hizo todo: desde reportero, pasando por jefe de informaciones, director de prensa, marcó con su estilo y sus valores el tono de un espacio libre y liberador, que se aventuró en una lucha de altos costos personales. El tiempo, la intensidad del trabajo y sobre todo los riesgos para sí mismo y la familia, era algo que vivíamos los que estábamos en la defensa de los derechos de las personas.

Amenazas, persecuciones, agresiones a golpes, detenciones de todo tipo, las sufríamos los que estábamos en los medios de comunicación y los abogados que representábamos a los perseguidos por la dura mano de la DINA, la CNI y todos los otros organismos que le dictadura usó para someter al país.

El autor nos cuenta de su secuestro —en realidad «detención arbitraria» por agentes gubernamentales— en el marco de una represión desatada por el asesinato de Roger Vergara, recién nombrado en un alto cargo de Inteligencia del Ejército. Entre la brigada de Homicidios y la de Asaltos, se formó un equipo para «ganarle a la CNI» y encontrar a los autores del homicidio.

Usando los peores métodos represivos los policías detuvieron a mucha gente, los torturaron, amenazaron y llegaron hasta el extremo de dar muerte al estudiante de periodismo Eduardo Jara. Entre ellos, fueron detenidos periodistas y Hormazábal gritó su nombre en la calle mientras lo llevaban los detectives, gracias a lo cual se pudo saber de su detención.

Finalmente fueron liberados y se demostró que quienes cometieron el delito en contra del oficial, no tenían nada que ver con ninguno de esa treintena de personas (dueñas de casa, artistas, empleadas de oficina, contadores, estudiantes, comerciantes) que fueron tan maltratadas.

Algunos de los policías secuestradores, cuya identidad se supo, fueron tardía y suavemente castigados, aunque otros se mantuvieron en sus cargos y los gobiernos que siguieron los distinguieron con mejores nombramientos.

La familia, los amigos, su trabajo en distintas tareas como comunicador, van haciendo la hermosa costura de un relato que vale la pena conocer. Es una obra para los que vivimos esa época, ciertamente, pero sobre todo para aquellos que no la vivieron y se pueden formar así una idea clara de muchas cosas que pasaron.

En efecto, las menciones que hace Guillermo en su libro, permitirán a los inquietos seguir investigando para que algún día se escriba sin tapujos y con detalles la historia de una época dolorosa que no deberá repetirse.

 

Desaparición forzada

Muchas personas que estuvieron en detenciones largas fueron amenazadas para que no denunciaran o fueron obligadas a salir del país. ¿Será el caso de esta mujer que ahora reside en Argentina? Tal vez ella nunca se atrevió a aparecer por miedo: yo mismo fui amenazado, muchos lo fueron.

Por Jaime Hales Dib

Publicado el 2.10.2025

La noticia recorre las redes, los noticiarios de televisión y de radio, provoca titulares de los diarios: apareció una persona que estaba desaparecida después de haber sido detenida. Estaba en Argentina. El Gobierno declara, de inmediato, que esa información ya la tenían, gracias al Plan Nacional de Búsqueda.

Ese programa de trabajo es definido como: «una política pública permanente del Estado de Chile que tiene por objetivo esclarecer las circunstancias de desaparición y/o muerte de las personas víctimas de desaparición forzada». En la página web correspondiente se informa que parte del esfuerzo es saber qué sucedió y hallar a las personas o sus restos.

Con todo, el Gobierno, en lugar de haber ocultado esta información y esperar que investigadores de un medio de comunicación lo dieran a conocer para confirmarlo, debió haber celebrado este éxito: el plan de búsqueda permite hallar a una persona que había sido detenida por los organismos represivos de la dictadura y de la cual nunca más se supo. Dan ganas de deslizarse por esa «arista», pero no caeré en la tentación.

Durante la dictadura las personas que fuimos víctimas de detenciones por parte de la DINA u otros organismos (Comando Conjunto, CNI, aparatos de las distintas ramas de las FF.AA.), éramos capturadas de tal modo que en lo posible no quedaran rastros de esa medida.

Y si había algún testigo del hecho, al presentarse los recursos de amparo el Ministerio del Interior negaba la detención o se informaba a la Corte que los detenidos habían quedado en libertad.

Hubo casos increíbles, como cuando luego de haberse negado más de una vez la detención de trece dirigentes del Partido Comunista, el gobierno debió reconocer la circunstancia y agregar que una vez puestas en libertad esas personas habían viajado a Argentina a pie por el paso Los Libertadores; entre ellas una mujer con más de 8 meses de embarazo.

¿Se sabrá la verdad completa algún día?

Cuando yo quedé en libertad (en mi novela Baila, hermosa soledad, disponible en Amazon, relato mi detención) me pidieron que declarara que en mi estadía en Villa Grimaldi había constatado la presencia de mi amigo Nibaldo Mena, militante comunista, cuya detención estaba siendo negada por el ministro del Interior. No pudo desaparecer.

Hubo otro detenido que estuvo en la sede de la Academia de Guerra de la Fach, cuya prisión era negada por el gobierno. Pero su esposa, actual periodista de TVN, logró saber de su lugar de detención gracias a uno de los propios agentes con quien habló varias veces.

Finalmente él le dijo que su marido iba a quedar en libertad, pero que ellos temían que la DINA lo volviera a detener para hacerlo desaparecer, por lo que lo trasladarían a una embajada. Y así fue, logrando salir del país.

Muchas personas que estuvieron en detenciones largas fueron amenazadas para que no denunciaran o fueron obligadas a salir del país. ¿Será el caso de esta mujer que ahora reside en Argentina? Tal vez ella nunca se atrevió a aparecer por miedo. Yo mismo fui amenazado. Muchos lo fueron. «No digas nada, porque tu familia puede padecer cosas aún peores».

Hubo otras personas —hombres y mujeres— que, luego de la tortura, pasaron a formar parte de los propios organismos represivos y detuvieron e interrogaron a muchos de sus antiguos compañeros. Otros cambiaron de identidad y por mucho tiempo no se supo de ellos.

Mientras no se sabe de los que fueron detenidos, están desaparecidos. Los hechores de esos delitos contra los derechos humanos saben la verdad y podrían darla a conocer. Pero la mayoría ha preferido negar o callar.

Por eso la búsqueda, ya que hay muchos casos que pueden tener a esas víctimas ocultas por tantos años, temiendo que a sus parientes o a ellas mismas les puedan acaecer nuevas desgracias.

¿Se sabrá la verdad completa algún día?

En una novela mía que aún no encuentra editor  —Vidas robadas— relato casos de este tipo: una persona detenida que desaparece, aun cuando estaba simplemente incorporado al organismo que lo detuvo.

Probablemente, tal como la familia de mi personaje, tendemos a dar por asesinados a esos detenidos desaparecidos forzosamente, en circunstancias de que es posible que algunos de ellos, ya muy ancianos, puedan estar vivos.

¿Hasta cuándo callarán los ejecutores?

DIVAGACIONESPOÉTICAS

El oficio de poeta es, sin comparar con nadie, uno de los más antiguos del mundo.

Desde aquellos que escribieron en el mundo sumerio, en la antigüedad semita, en las culturas de Egipto y la Hélade y hasta Dante Alighieri, todo escritor era considerado un poeta.

La obra poética escrita recogía para la posteridad las palabras

de los grandes proclamadores de los hechos humanos, de sus

sentimientos y de sus aventuras.

La primera expresión del arte de la palabra era oral, cantada o recitada. Aedos les llamaron en Grecia, bardos en el mundo indoeuropeo (celta de preferencia), vates en Roma, juglares (si recitaban obras de distintos autores) y trovadores (expresando la obra propia) en la Edad Media de Europa.

Si nos ponemos estrictos –como si fuéramos académicos los lectores y yo debiéramos coincidir que Homero, por ejemplo, era un narrador. Tanto como el autor del Mío Cid. Pero les llamamos poetas porque a ellos pertenecen las raíces líricas y épicas del arte de escribir y la poesía es la madre de todas las artes. Es la capacidad creativa para convertir en belleza trascendente los hechos que viven los seres humanos y que podemos encontrar la en la magnificencia de las epopeyas sumerias, la extensión de la obra homérica, o la brevedad de las sentencias bíblicas en elLibro de los Proverbios, o la expresión instantánea del Haiku japonés. La palabra queda para la posteridad en los escritos, los libros, las revistas, los muros, los cuadernos secretos, después de haber sido cantada o recitada por hombres y mujeres que ya fue se recorriendo caminos (labor más bien masculina) o en palacios, templos y teatros (donde destacan las mujeres, aunque salvo Safo y otras excepciones, haya costado milenios que los “machos

historiadores” las reconocieran y consignaran en sus recuentos).

Para los semitas y particularmente los árabes, la poesía es un arte excelso y sagrado. El idioma árabe es poético en sí, desde la construcción de las palabras y las frases, la sonoridad, la variedad de las expresiones, las tonalidades. Y es un idioma creativo, donde el “hablante” con la sola inflexión de la voz puede cambiar el

significado global del texto que proclama. Y cada palabra tiene raíces y derivaciones que explican cultura y trasfondo de cada expresión, con más riqueza aún que los idiomas occidentales modernos. Idries Sha, considerado por muchos como el más grande de los ṣufi, nos cuenta en uno de sus libros que la palabra sufi deriva de sūf, que significa “lana”, en referencia a la manera de vestirse de estos sabios ancestrales, sencillos, austeros y desapegados de las riquezas. Pero esa misma raíz remite a los sencillos asientos públicos (Suffah o bancos de plaza) que eran los lugares en que

instalaban los sabios a hablar a sus oyentes; y a la definición de pureza de espíritu y cuerpo (safà). Algunos llevan las cosas más allá para sostener que esa expresión fue el origen más remotode las palabras griegas esenio (los puros, los silenciosos) y ophos (sabiduría). Una sola palabra para tanta riqueza de significados.

La sacralidad de la poesía motivó a Mahoma, el profeta fundador del Islam, a recurrir a los poetas para terminar el sitio de La Meca. En lugar de atacar la ciudad sagrada con sus tropas que la rodeaban, envió a los poetas para parlamentar con los sacerdotes gobernantes e intimar su rendición a las huestes del Dios Único.

En el tiempo medioeval surge ese libro poético por excelencia llamado “Las Mil y una noches” (en realidad en árabe se llama Las Mil noches y una noche, para destacar esa última que da sentido a todo el libro). Allí quedan plasmados elementos desconocidos del arabismo y la relación entre los pueblos que habitaban entre el Mediterráneo y las montañas de la India, como por ejemplo la relevancia de las mujeres en la cultura y la trasmisión

de la sabiduría.

En el Renacimiento, después de Dante, se produce la separación entre los narradores y los cultivadores de la poesía y los géneros van tomando identidad propia, porque los narradores, no tienen la intención de la síntesis de la belleza sino de la profusión del relato y la importancia de las descripciones.

Los poetas aceptamos esta diferenciación para no tener más guerras que las que vive la humanidad, pero en estricta verdad los poetas también narramos y la prosa poética no deja de ser poesía y es asimismo narrativa. Gabriela Mistral, Rabindranaz Tagore, Pablo Neruda, Gibran Jalil Gibran, son maestros en eso y muchos seguimos sus aguas sin llegar a su excelencia. Claro, también hay narradores que escriben poesía.

Lo que no vamos a aceptar los poetas es que los narradores se quieran apropiar ahora del título de “Escritores” y aprovechándose de las actuales liviandades de lenguaje, se hable de algunos como “Escritor y poeta”, en circunstancia que el poeta es escritor por antonomasia y el narrador un invitado de los últimos 600 años solamente.

Narradores y poetas compartimos el título de escritor pese a los primeros.

Pero algunos aclaramos: “soy escritor, preferentemente poeta, aunque narre”.

El cheque en blanco y el «negro de Harvard»

La ansiedad de mantener pequeñas cuotas de poder y seguir figurando, llevó a Huenchumilla, Aedo y otros, a renunciar a la posibilidad de generar algo distinto de las opciones polares que hoy se ofrecen, solo para satisfacer sus intereses y ambiciones.

Después de inscrita la candidatura de Jara, Francisco Huenchumilla declaró su inquietud porque aún no está listo el programa de gobierno de la candidata Jara, que él ha apoyado con gran entusiasmo tanto personalmente como por su calidad de presidente interino de la Democracia Cristiana. Dijo que no estaba dispuesto a firmar un “cheque en blanco”.

Candidata sin programa

Es probable que muchos jóvenes de este tiempo no sepan lo que es un “cheque en blanco”. El cheque es una forma de pago cada vez menos usada: se emite un papel con una orden para que el banco pague a determinada persona o al portador del documento una cierta cifra de dinero. Si en los espacios destinados a escribir la cifra no se dice nada, el que tiene el documento lo puede llenar por cualquier cifra.

Es parecido a firmar un contrato con espacios en blanco, confiando en que el último que firmará llenará correctamente lo pendiente. Los documentos en blanco son una prueba de confianza: “yo le doy lo que me pide sin más garantía que su palabra”, en la seguridad total de que el receptor hará lo que es correcto.

Jara aún no tiene programa concreto, salvo unas “líneas programáticas”. Sin embargo, él, junto a otros incumbentes, se la jugó porque la Democracia Cristiana apoyara a Jeanette Jara en un momento en que solo se conocía lo que ella había planteado en las primarias de la alianza gobiernista, que era el programa de su partido político.

Luego de ganar, ella dijo que ese programa sería rehecho con las ideas de los otros partidos y, sorprendentemente, para una militante comunista, se declaró “centro izquierdista” y la persona a quien ella encargó la redacción del programa le asignó el carácter de “socialdemócrata”.

Esas declaraciones – olvidando lo escrito y otras afirmaciones de la ganadora de esas primarias – bastó para que una mayoría de los delegados a la Junta demócrata cristiana la proclamara como su candidata, desechando la posibilidad de designar a una persona de sus filas.

Más que un cheque en blanco, el PDC le dio un apoyo irrestricto con la sola palabra de la candidata en cuanto a que se redactaría un programa considerando las ideas de los demás partidos.

La alternativa

¿Qué proponíamos los que estábamos por designar a un candidato de la DC?

Primero, formular un programa de gobierno basado en la visión doctrinaria, ideológica y política que la Democracia Cristiana tiene frente a los problemas del país, que fueran más allá de la urgencia, sin dejarla de lado, pero significara sembrar ideas para la construcción de una manera distinta de vivir en la sociedad chilena. Esa persona que tomara las ideas del partido, tendría por misión encabezar una propuesta que captara el interés de los votantes, aspirando entrar al balotaje.

Segundo, en el caso de no entrar a esa segunda vuelta electoral, tener capacidad de negociación con quienes sí lo hubiesen conseguido para, en ese momento y antes de dar el apoyo, generar un programa de gobierno con compromisos claros, ayudando a crear gobernabilidad para el país.

Había personas que podrían haber encabezado esa propuesta, alguien propuso al propio Huenchumilla. Como quienes querían seguir en el Congreso desecharon esa opción, un importante sector de militantes levantó mi nombre, a lo que accedí, convencido de la necesidad de fortalecer la propuesta de ideas que las malas directivas, los errores constantes y la acción de terceros habían dejado en el trastero. La Democracia Cristiana tiene muchos militantes y simpatizantes, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, capaces de estructurar programas y equipos para ponerlos al servicio de Chile.

Sin embargo, la ansiedad de mantener pequeñas cuotas de poder y seguir figurando, los hizo cambiar la posibilidad de generar algo distinto de las opciones polares que hoy se ofrecen, por sus intereses y ambiciones.

La oferta de Jara

Jara hizo muchas gestiones, personalmente y por intermediarios, para conseguir el apoyo de la Democracia Cristiana. Para lograrlo está dispuesta a declarar lo que le pidan, según el auditorio. ¿Por qué este interés tan grande en capturar a un partido con ideas diferentes y que nunca estuvo en la alianza gobernante?

Justamente por eso, porque la estrategia era generar una coalición que no se limitara a captar la adhesión de los partidarios del actual gobierno que, estando agrupados en ocho partidos más algunos independientes, necesitaban uno más para que se pudiera decir que su gobierno no sería continuista ni izquierdista en términos tradicionales.

Cuando a la Universidad de Harvard, al promediar el siglo XX, la criticaron por no tener en su cuerpo docente a personas de raza negra, designaron a un profesor para decir: “En Harvard hay negros”. La DC sería en este caso el equivalente a esa persona.

Pese a eso, la candidata Jara en las encuestas no llega siquiera al porcentaje de apoyo que ha tenido en promedio el gobierno de Boric y el entusiasmo de Huenchumilla, Aedo y otros, no ha modificado los porcentajes de adherentes.

La fe del carbonero

Con una confianza digna de mejor causa, la Junta Nacional de la Democracia Cristiana firmó ese cheque en blanco cuando descartó a su eventual candidato y apoyó a Jara. Ahora, cuando ya no es posible modificar la situación, se pone nervioso el senador DC, y pide programa cuanto antes.

La pregunta que me hago es: ¿Es creíble Jeannette Jara? Ella no conocía el programa con el que la presentó su partido y negó ser partidaria de proposiciones o juicios que estaban por escrito. Niega hoy el carácter democrático de Cuba que hasta hace un par de meses era parte de su credo.

No tiene claro lo que propone, pues se mueve entre opiniones personales, lo que aprendió en su militancia prolongada, lo que percibe que otros quieren escuchar, lo que le dicen sus consejeros.

Pese a todo ello, el cheque en blanco está allí sobre la mesa, firmado por todos quienes la han levantado como candidata, sin saber qué quiere hacer, qué es lo que de verdad piensa, cuáles son sus límites y propuestas. Con una fe digna de mejores causas, se le dio un apoyo del que tal vez podrían arrepentirse.

Hoy parecen dudar, cuando ya es tarde para volver las cosas al estado anterior en que se encontraban.

¿Será que los incumbentes temen no ganar los cargos para los que quieren ser reelegidos? Porque el 5% o 6% obtenido por la DC en elecciones previas, tal vez no se consiga con facilidad si se considera lo poco que este apoyo ha reportado a la beneficiaria de este.

Premio Nacional de Literatura: Perdió mi candidato

Ahora ganó Ramón Díaz Eterovic, hombre sencillo y a veces tímido, quien silenciosamente llegó a ser Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile y encabezando a los jóvenes narradores (junto a Diego Muñoz Valenzuela y otros) hizo grandes aportes con su trabajo artístico y organizativo.

Por Jaime Hales Dib

Publicado el 26.9.2025

Se eligió al Premio Nacional de Literatura 2025, rompiendo esa racha inconveniente de otorgarlo cada dos años.

La literatura y especialmente la poesía han sido las actividades más reconocidas de Chile a nivel mundial. Mistral y Neruda, seguidos de Gonzalo Rojas, Nicanor Parra y una enorme cantidad de poetas que van siendo premiados en distintos países de Europa y América, forman una pléyade que nos enorgullece.

Recuerdo, así a la ligera, los nombres de Ludwig Zeller, Luis Minzón, Sergio Macías, Jorge Teillier, Rosa Cruchaga, Estela Díaz Varín, Verónica Zondek, Hernán Lavín Cerda, Juan Eduardo Esquivel, Maritza Barreto y muchos más que en México, Uruguay, Estados Unidos, Italia, Francia, España, Inglaterra, Argentina, Cuba, son muy reconocidos.

Como dijeron algunos destacados escritores y comentaristas en aquella espectacular Conferencia Iberoamericana del Libro en Granada (1992), presidida por Julio María Sanguinetti, ser chileno en el mundo es casi sinónimo de ser poeta.

O como preguntó un niño de la escuela de un pueblo mexicano perdido en las montañas llamado Versolillo (porque lo fundó «un señor que escribía versos», me explicó el director de la Escuela) cuando llegamos con varias poetas chilenas a conversar con los alumnos: «¿Allá en Chile todos son poetas?». (Hasta ese día, esos niños pensaban que Gabriela Mistral era mexicana).

Y con los narradores ha pasado algo similar, unos más famosos que otros, unos que me gustan más que otros, pero con reconocimientos que llaman la atención.

De los antiguos Blest Gana, Manuel Rojas, Eduardo Barrios, Mariano Latorre y de los menos antiguos —y más vigentes— nombro en primer lugar a Isabel Allende Llona y sigo con Donoso, Edwards, Bolaño, Lucho Sepúlveda, Walter Garib (muy publicado en México especialmente).

La lista puede ser muy larga y en ella se insertan por supuesto muchos de quienes son reiteradamente postulados al Premio Nacional de Literatura con altísimos merecimientos.

Más estatuas y plazas con nombres de poetas

Porque la literatura en Chile, aunque se venda poco, es muy apreciada y el país tiene un sustrato de escritores que merece mejores y mayores reconocimientos, más difusión y más lectura. Un dato: no recuerdo con exactitud la cifra, pero al concurso de becas para escribir una obra literaria llegaron este año 2025, miles de proyectos de escritores nuevos y de los ya antes publicados.

Cientos de evaluadores deben trabajar en esa selección. Obras buenas y no buenas. (No me atrevo a decir malas, porque estoy seguro de que si Cien años de soledad se hubiese presentado al concurso, más de un evaluador la habría rechazado porque no usaba la puntuación adecuada del idioma castellano y su listado de personajes sería confuso).

Entonces, cuando yo postulé a Juan Mihovilovich fue en el convencimiento de que él merece ser premiado. Pero eso no significa que sea el único. He apoyado a otros, por la profusión de su obra, por la calidad de sus trabajos, por la originalidad de su estilo, por la variedad de temáticas y géneros que abordan. Presenté oficialmente en 1998 a Alfonso Calderón y ganó. Otros candidatos míos han perdido a veces para ganar después.

Ahora ganó Ramón Díaz Eterovic, hombre sencillo y a veces tímido, quien silenciosamente llegó a ser Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile y encabezando a los jóvenes narradores (junto a Diego Muñoz Valenzuela y otros) hizo grandes aportes con su trabajo literario y organizativo.

Compartimos tareas en épocas duras. Su aporte literario mayor, en mi opinión, es haber desarrollado lo que se llama «novela negra», aunque más bien es novela policial, creando un personaje que se ha hecho popular y haciéndolo en un nivel destacado. Es verdad que muchos lo antecedieron en ese género específico, pero él desarrolló sus obras con una calidad y perseverancia que lo hacen merecedor de reconocimiento.

Perdió mi candidato, pero celebro al premiado. ¡Salud por él!

Y salud por Juan Mihovilovich, Mario Toro, Ana María del Río y todos aquellos que han postulado y pueden volver a hacerlo hasta que algún día lo obtengan.

Salud también por nosotros, los demás escritores que quizás nunca ganaremos ese premio (ni otros, probablemente), pues no somos del gusto de críticos y académicos. Nos queda la alegría de celebrar con los premiados y saber que hay lectores a quienes nuestros textos los conmueven.

Mi biblioteca está llena de autores chilenos, sobre todo poetas, pero también narradores de calidad que tal vez nunca lleguen a ser suficientemente famosos. Pero su obra va quedando en la base de cultivo de una sociedad que algún día celebrará más a sus escritores y creadores que a sus militares, que tendrá más estatuas y plazas con nombres de poetas que de generales o caudillos.

Sueño con que un día en cada ciudad de Chile habrá una plaza de los escritores con placas recordatorios de los poetas, narradores y ensayistas locales. Sueño con que algún día el Premio Nacional, que seguirá siendo anual, se otorgará cada vez a un narrador, a un poeta, a un ensayista y a un dramaturgo.

Chile debe ese reconocimiento.

Muerte natural: El debate por la eutanasia

Ciertos moralistas católicos o de otras religiones, de los que se han hecho eco algunos políticos de distintos partidos, sostienen el argumento de que la persona tiene derecho a la vida hasta que se produzca el deceso o el fallecimiento de una forma normal o evidente en términos biológicos.

Por Jaime Hales Dib

Publicado el 19.9.2025

José Saramago escribió una gran novela que llamó Intermitencias de la muerte, que muchos entendimos que en la secuencia de sus novelas que titulaba como «ensayos», ésta debió haber sido el «Ensayo sobre la muerte».

A través de un relato imaginativo, el escritor deja caer sus ideas sobre la muerte, sus beneficios y problemas, sus consecuencias en la sociedad contemporánea, los negocios aledaños al acontecimiento, todo ello a partir de una propuesta: que la muerte decidió irse de la península ibérica. Ya no moriría más gente allí.

Eso hizo surgir nuevos negocios, tales como lugares para mantener personas que no morirían o agencias de tráfico de enfermos para que, cruzando la frontera, pudieran morir. El capitalismo, ante la quiebra de las funerarias, logró acomodarse.

No hay nada más notable, bello, conmovedor, maravilloso (mi mente me obliga a detener la sucesión de adjetivos) que la vida misma. Me encanta vivir, pese a las exigencias que ello conlleva y a ciertos dolores que me acompañan, algunos desde niño y otros que he ido obteniendo como condecoraciones por seguir viviendo (como las que le dan a los militares cada ciertos años por el hecho de mantenerse con vida).

Sin embargo veo con interés este debate que se ha suscitado a propósito del proyecto del gobierno de Chile sobre la llamada «eutanasia». Se la ha definido como «la intervención deliberada para poner fin a una vida sin perspectiva de cura», lo que se aplica a todo tipo de seres vivos, tanto animales como humanos.

La contrapartida es la cacotanasia o ensañamiento terapéutico empleando: «todos los medios posibles, sean proporcionados o no, para prolongar artificialmente la vida y por tanto retrasar el advenimiento de la muerte en pacientes con pronta extinción de la vida natural, a pesar de que no haya esperanza alguna de curación».

Todo esto, por cierto, se llena de argumentos de todo tipo, algunos de los cuales son éticos, otros prácticos y así se van desencadenando palabras, ideas, a veces expresadas con una vehemencia que nos gustaría ver en otras temáticas.

A veces se disfraza con palabras hermosas el negocio de la salud que, con su hotelería y cobros desmedidos para la mantención artificial de pacientes que lo único que desean es morir, tiende a incrementar sus utilidades.

 

Voto por la vida

La «eutanasia» es el buen morir, que lo entiendo como el derecho de una persona de decidir sobre su vida cuando padece de dolores o sufrimientos que no puede soportar, salvo al precio de ser sometido a sedaciones que le impiden llevar adelante su vida. Para ello, puede tomar caminos propios o simplemente pedir que cesen los cuidados paliativos que tienden a mantener con vida el cuerpo de un modo completamente artificial.

Si alguien quiere vivir así y lo puede solventar, ¡adelante, es su derecho! Pero si no lo quiere, ¿por qué no respetar su derecho a morir? De eso se trata el proyecto de ley: no de promover la muerte, sino de enfatizar la libertad personal frente a trances que nadie mejor que el propio sujeto puede definir.

Ciertos moralistas católicos o de otras religiones, de los que se han hecho eco algunos políticos de distintos partidos, sostienen el argumento de que la persona tiene derecho a la vida hasta que se produzca la muerte natural.

No me parece que sea un buen camino tomar iniciativas respecto de otros en cuanto a decir que la persona no debe seguir «sufriendo» y aplicar medidas para apurar o desencadenar la muerte. Pero sí soy partidario de la muerte natural, cuando la persona no puede vivir por sí misma y no quiere vivir con asistencias artificiales.

¿Qué es la muerte natural?

Es aquella que se produce por un proceso biológico, ya sea derivado de enfermedades u otras circunstancias que no sean factores externos violentos. Es decir, si soy partidario de ello en el sentido de que el propio enfermo no pueda decidir por sí mismo, tal vez, extremando el argumento, debiéramos oponernos a toda intervención externa, a veces incluso violenta, que esté destinada a la prolongación artificial de la vida.

Por ejemplo, una intervención quirúrgica (es decir el uso de armas blancas para herir el cuerpo y producir cambios en él) que permita poner un artefacto eléctrico para prolongar artificialmente la vida de una persona cuyo corazón «naturalmente» está dejando de funcionar. O, sustituir un órgano vital dañado por el que perteneció a otro ser que ya murió. Todo eso impide la muerte natural.

¿Nos gusta la muerte natural? ¿Ésa es la idea?

Entiendo la idea de impedir que un tercero, ya sea por amor u otra razón, tome la decisión de quitar la vida a otro ser humano, pues según su criterio —el del hechor— puede estar sufriendo. Eso se hace habitualmente en animales y se dice que se les hace «dormir», cuando en realidad se les mata.

Recuerdo el poema de Hernán Figueroa hecho canción, donde el patrón ordena al campesino que mate al caballo: «Hay que ayudarlo a que muera/ para que no sufra más». Y el campesino responde: «¿Cómo pretenden que yo/ que lo cuidé de potrillo/ clave en su pecho un cuchillo/ porque el patrón lo ordenó?/ Déjenlo no más pastar/ no rechacen mi consejo/ que yo lo voy a enterrar/ cuando se muera de viejo».

No matar, dejar vivir. Pero eso significa, como dice el campesino, dejarlo que se muera de viejo y no aplicar medidas artificiales para prolongar esa vida que la persona no quiere, que reducen su tranquilidad y dignidad a la nada.

Permitamos que las personas elijan morir, tanto de muerte natural (no más cuidados que no quiero) o pidiendo la ayuda adecuada (especialistas ayúdenme a morir para no sufrir.) ¡No obliguemos a quien no quiere a vivir en malas condiciones!

Muchos de los que se oponen a esta decisiones libres de una persona, argumentan «religiosamente», diciendo que Dios nos dio la vida. A ellos les diría que ese mismo Dios dio libertad a los humanos para decidir. Muchos de esos que se oponen a la eutanasia, desprecian la vida promoviendo la pena de muerte, las guerras, el uso de armas.

Les pregunto: ¿Y qué hay del argumento de la muerte natural cuando se ejecuta a un condenado al fusilamiento, la cámara de gas, la inyección letal o la silla eléctrica?

Voto por la vida, pero por la vida digna, justa, libre.